lunes, 2 de julio de 2012

La taberna del irlandés (1963)


La amistad y la tradición, la de celebrar su cumpleaños en compañía de su amigo “Guns” Donovan (John Wayne), obliga a Gilhooley (Lee Marvin) a atizar al capitán del barco en el que se ha enrolado, a lanzarse por la borda y nadar hasta alcanzar la playa de la paradisíaca isla del sur del Pacífico donde aguarda ese amigo a quien desea felicitar y regalar un buen puñado de mamporros, porque también él está de cumpleaños. El regalo de Gilhooley, correspondido con generosidad similar por el de Donovan, es el mismo de todos los años: una “homérica” pelea que los habitantes del pueblo aguardan con impaciencia. El duelo de puños, que se produce cuando se encuentran cara a cara en la taberna de Donovan, contenta a todos, pero también informa de que La taberna del irlandés (Donovan's Reef, 1963) es una comedia con todos los ingredientes del humor de John Ford en pantalla: borracheras, peleas, camaradería o un enfrentamiento de sexos entre el irlandés, al que da vida John Wayne, y la mujer que no tarda en alterar la armonía que se observa en ese hermoso paraíso. En este aspecto, la introducción de un personaje femenino en un entorno masculino, podría hacer de Amelia Dedham (Elizabeth Allen) un personaje de Howard Hawks, pero encaja plenamente en el universo fordiano. Su presencia depara un pulso con el personaje central, un aparente toma y daca que no oculta la atracción entre el hombre y la mujer.


Las relaciones y el ambiente, más que el engaño que la trama propone, hacen de La taberna del irlandés una de las grandes juergas de John Ford. En ella, la fiesta es vital. Se celebran los personajes, los lazos que les une y los temas que vertebran la obra del cineasta. A él, le importan los suyos, su mundo cinematográfico; aunque cambie de escenario, introduce sus aspectos de siempre, los que determinan que, en esencia, el conjunto no varíe; es decir, que la suma de lo que vemos siempre sea 
Ford. Quizá por ello, en ocasiones, esta simpática y pendenciera estancia en un paraíso isleño de los mares del sur recuerde a El hombre tranquilo (The Quiet Man, 1952). Ford cambia la Irlanda de principios de siglo XX por la isla del Pacífico donde desarrolla el romance y las amistosas peleas, que no son más que una manera de expresar la amistad y la libertad que dominan en el ambiente, en la taberna y en otros espacios insulares donde Amelia abre los ojos a otro mundo. Ella viaja hasta allí con la intención de evaluar a su padre, a quien no conoce, por motivo de la herencia familiar; que será de ella si el padre no cumple los requisitos de conducta de la estricta y puritana sociedad bostoniana. Claro que Ford, como buen rebelde, manda el puritanismo a tomar viento y se decanta por flexibilizar la moral y dar rienda suelta a su propia tradición, a su idea de familia y de fiesta, pues toda la película es una espléndida celebración fordiana, aunque no alcance el nivel de sus grandes obras cinematográficas. La trama es sencilla, chica llega a una isla y se enamora no solo del chico de la peli, sino del espacio humano que descubre. De paso, comprende a su padre: el doctor Dedham (Jack Warden), que nunca se ha planteado regresar al hogar que abandonó debido a su participación en la Segunda Guerra Mundial, durante la cual conocería a sus amigos Donovan y Gilhooley. Con ellos, llegó a la isla y encontraron su nuevo hogar, pues hogar no es donde se nace, sino el lugar que ofrece plenitud y pertenencia. El doctor dejó atrás la sociedad bostoniana que no le llenaba, y en ella también dejó a la hija que ahora altera la plácida vida insular. La noticia de la llegada de Amelia provoca que los amigos del doctor oculten la realidad, que ella tiene tres hermanos pequeños, a la espera de que el médico regrese de sus visitas a las islas vecinas. Ford aprovecha este tiempo para dar rienda suelta al choque de personalidades entre Amelia y Donovan, un tira y afloja que anuncia la inevitable atracción inevitable entre ambos personajes. 

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