miércoles, 1 de agosto de 2012

La última orden (1928)


La desilusión y derrota que se observa en el personaje que Emil Jannings inmortalizó en El último (Der Letzte Mann, Friedrich Wilhelm Murnau, 1924) es similar a la que empleó para presentar al decrépito aristócrata ruso exiliado en Hollywood que interpreta en La última orden (The Last Commad, 1928), interpretación que, junto a la realizada en El destino de la carne (The Way of All Flesh, Victor Fleming, 1927), le valió el premio al mejor actor en primera edición de los Oscar. Este hombre derrotado por los últimos años de una vida en la que le llevó del poder a la miseria llega al que le permitió saborear dos polos tan opuestos como el estudio donde va a trabajar como extra en la filmación de la nueva película del prestigioso director Lev Andreyev (William Powell), recién llegado a la meca del cine. Corre el año 1928 y la revolución bolchevique queda lejana en el tiempo, sin embargo, aún perdura en el recuerdo de quienes la sufrieron y la sobrevivieron. El director selecciona personalmente el reparto entre los rusos afincados en California y detiene su mirada en la fotografía de un anciano, a quien elige para interpretar a un general zarista, ¿ironía de la vida o del destino? Sin más dilación se produce un salto temporal y la historia retrocede a 1917, cuando Rusia combatía en la Gran Guerra y la revolución roja estaba a punto de estallar. En aquel momento de conflicto, el Gran Duque Sergius Alexander (Emil Jannings) era el jefe de los ejércitos del Zar, y en nada se parecía a ese hombre derrotado que se descubre en el camerino del estudio en el presente de 1928. El Alexander del pasado es la imagen del espíritu soldadesco y patriota, que ama a su país por encima de cualquier otra circunstancia; su porte digna y marcial señalan su hábito de mando, porque él toma las decisiones militares importantes, consciente de que el zar no comprende la magnitud de los problemas que afectan a una nación amenazada interna y externamente. En ese momento pre-revolucionario se desvelan varias cuestiones de vital importancia que explican por qué Lev Andreyev escoge a Alexander para el papel en su película, lo hace porque también él se encontraba allí, pero en el otro bando, el de los revolucionarios, acompañado por Natalia (Evelyn Brent), la ferviente revolucionaria que aguarda el día en que las masas se alcen en armas. Sin embargo son apresados por los soldados del general y conducidos ante su presencia. El general ordena encarcelar a Andreyev (después de humillarle) y decide encargarse personalmente de la joven, pues su belleza atrapa su atención. El amor que Natalia y Alexander profesan a Rusia es el nexo que les une y derrumba las barreras ideológicas y sociales que les separan, sentimiento que se confirma cuando ella pretende asesinarle y no lo hace, pero no es tiempo para que el amor florezca y perdure, porque la guerra, el sufrimiento y la muerte lo impiden. Poco después de que se inicie la revolución el general cae en manos de los revolucionarios, pero Natalia interviene y les convence para que lo ejecuten en Petrogrado (San Petersburgo), donde todos podrán observar como cae un símbolo de la opresión zarista, el hombre más importante de Rusia; no obstante se trata de una treta para ganar tiempo y salvar la vida del hombre de quien se ha enamorado. Josef von Sternberg realizó un soberbio film circular, que comienza y acaba en esos estudios donde se rueda el film que permitirá al general regresar al pasado, y así sentir que su vida no ha sido una derrota, pues confundido en su desesperación se convierte en una especie de Quijote que no distingue la realidad del presente de la ilusión de un pasado que enmienda en su suspiro final, durante una batalla de ficción en la cual emite su última orden, aquella que le otorga la victoria y la paz tanto tiempo negada.

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