domingo, 1 de julio de 2012

Tarde de perros (1975)


El primer lustro de la década de 1970 fue fundamental para un joven actor que vio como con su tercera película (segunda como protagonista) se convertía en una estrella, gracias al éxito de El padrino (The Godfather, Francis Ford Coppola, 1972), Al Pacino pudo seleccionar sus papeles, encadenando excelentes actuaciones en tres sensacionales films: Serpico (1973), El padrino parte II (The Godfather Part II, Francis Ford Coppola, 1974) y Tarde de perros (Dog Day Afternoon, 1975). En esta producción, el actor volvía a coincidir con el director de Serpico, Sidney Lumet, para rodar otro policíaco pesimista, típico de la década, pero muy diferente al anterior. Lumet delimitaba y acotaba la acción a unas horas y a un espacio reducido, en lugar de las calles de la ciudad y un periodo prolongado; y sustituía el personaje del policía por el del atracador desesperado, que sin desearlo también se convierte en secuestrador cuando es sorprendido por la policía. Los años setenta fueron un época de desengaño en la sociedad estadounidense, sobre todo afectada por la guerra de Vietnam, por el escándalo Watergate o por la crisis del petróleo de 1973, Sonny (Al Pacino), ex-combatiente de  Vietnam, se encuentra sin empleo, quizá ambas circunstancias le convierten en un hombre inestable, pero no un asesino, sin embargo, amenaza con matar a sus rehenes si la policía intenta entrar en el banco, aunque el encargado de ejecutarlos sería Sal (John Cazale), su compañero (y éste sí lo haría). Tarde de perros se inicia con varios planos de la ciudad donde se comete el asalto a la sucursal bancaria, donde desde el principio se presagia el fracaso, ya que los autores del asalto semejan unos fracasados que actúan porque ya no pueden resistir la situación en la que viven. La imposibilidad de que el asunto finalice bien para los atracadores se apunta en tres hechos encadenados: el primero se produce cuando Stevie (Gary Springer), el tercer asaltante, se retira justo al inicio del atraco, el segundo al abrir la caja fuerte, y encontrarla vacía, circunstancia que sorprende a Sonny. ¿Cómo puede ser, si lo tenía todo planeado? Por lo que parece no sólo se le ha pasado por alto el pequeño detalle de la falta de liquidez de la oficina, porque todavía queda un tercer contratiempo: la llamada telefónica de un tal sargento Moreti (Charles Durning), que le informa de que están rodeados. La calle se llena de policías, agentes locales, federales y  francotiradores, y un público curioso, que pronto toma partido a favor del asaltante, sin olvidar a los medios de comunicación, que pretenden exprimir la noticia. Desde que la policía cerca la sucursal, la idea de salir de allí es la única preocupación del cerebro del atraco, por eso intenta demostrar que aún mantiene el control de la situación, gracias a esos rehenes que pretende utilizar como moneda de cambio. Queda claro que Sonny no es un profesional, sólo un individuo que ha llegado al límite de su aguante, forzado a cometer el atraco por su desesperación ante las necesidades de su familia: esposa (Susan Peretz) y dos hijos, y un esposo (Chris Sarandon) que desea una operación de cambio de sexo. El magistral planteamiento realizado por Sidney Lumet destaca por su reducción del marco espacio-temporal, desarrollándose la acción durante una tarde y en un lugar concreto, sin necesidad de salir de esa oficina se puede conocer a Sonny, su pasado y su presente, así como las sensaciones que le dominan, y su imposibilidad de escapar de un desequilibrio creado por sus experiencias previas, las mismas que le han llevado a cometer un delito con el que no arregla nada.

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