domingo, 29 de julio de 2012

Tres páginas de un diario (1929)


En Tres páginas de un diario (Targebuch einer Verlorenen, 1929) predomina cierta crítica a la hipocresía y a la intolerancia, dominantes en un entorno social que no duda en apartar a quienes consideran indignos de pertenecer a él, convirtiéndoles en víctimas de la indignidad de quienes les condenan. Thymian (Louise Brooks) es una de las condenadas, que lo ignora todo acerca del mundo en el que vive; ni siquiera se da cuenta de que su padre, Robert Henning (Josef Rovensky), mantiene relaciones con las amas de llaves que contrata, hecho que descubre más adelante, como también descubre que si existiese un poco más de amor y comprensión se podrían evitar muchas miserias e injusticias. La vida de Thymian cambia de forma radical cuando su padre despide a Elizabeth (Sybille Schmitz), la última sirvienta, y esta se suicida delante del hogar de los Henning. ¿Qué ha provocado el acto de Elizabeth?, se pregunta Thymian, cuyo abatimiento y confusión son aprovechados por Meinert (Fritz Rasp), el empleado del señor Henning, para seducirla y mostrarle en primera persona el motivo que impulsó a la criada a cometer el suicidio (embarazada de Henning). Nadie juzga al empleado que ha engañado a Thymian, pero sí a ella, la supuesta descarriada, a quien su familia cataloga con severidad e intransigencia, entregando a su bebé en adopción e internándola en un reformatorio. Su padre ha tomado esa decisión aconsejado por su nueva esposa, Meta (Franziska Kinz), pero sin detenerse a pensar que el acto de su hija es menos censurable que los suyos, esa falta de tolerancia y comprensión implica el encierro de una joven que no comprende el por qué del rechazo que sufre y le condena a un presidio donde sufre, como las demás jóvenes allí encerradas, los malos tratos del director del centro (Andrews Engelmann) y de la esposa de éste (Valeska Gert). El drama y melodrama empleados por Georg Wilhem Pabst en Tres páginas de un diario remarca la desventura de Thymian, víctima de una sociedad que prefiere encerrarla que cuestionarse. Pero ella logra escapar de la institución, con la intención de recuperar a su hija; sin embargo, cuando entra en el edificio donde piensa encontrarla se cruza con un hombre que porta un pequeño ataúd, presagio de la desgracia que descubre poco después. Sin saber qué hacer, y sin saber adónde ir, acude a un local (que resulta ser un burdel) donde es engañada y termina prostituyéndose. Las personas respetables la juzgan, pero acuden a ese ambiente que censuran en busca de diversión, sin detenerse a pensar que han podido ser responsables de la caída de chicas como Thymian, a quien su padre juzga cuando la descubre en un local lleno de mujeres de vida alegre al que ha acudido con su esposa y con su empleado. ¿Qué derecho tiene a censurarla? ¿Acaso no es el principal responsable de la suerte de su hija? Para Thymian el encuentro no resulta agradable, le recuerda cuanto ha perdido y le provoca la desilusión causada por un padre a quien todavía quiere, pero con quien no podrá reconciliarse. A pesar de que le califiquen de perdida, Thymian parece ser la única que no ha olvidado la capacidad de sentir emociones positivas, ya que posee una sensibilidad que no ha sido corrompida por una condena injusta y trágica.

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