viernes, 3 de agosto de 2012

El amigo americano (1976)


Las distintas adaptaciones cinematográficas del personaje creado por Patricia Highsmith 
presentan a un Tom Ripley diferente, no solo porque fueron diversos actores quienes le prestaron su rostro, sino porque no parece ser el mismo individuo. ¿Será porque Tom no sabe quién es en realidad o porque cada actor lo ha interpretado acorde con su personalidad artística? ¿O es responsabilidad de los distintos enfoques planteados por los guionistas y los directores? Quizá la respuesta se encuentre en una combinación de afirmaciones de estos y otros porqués. El Tom Ripley de El amigo americano (Der Amerikanische Freund, 1976) parece alejado de su entorno, quizá por ello, a primera vista, resulta menos amenazador y menos refinado que el ambicioso Ripley interpretado por Alain Delon en A pleno sol (Plein soleil, René Clément, 1959), pero, en realidad, resulta tan letal o más que aquel, probablemente porque, durante los años transcurridos entre ambos relatos (El talento de Ripley y El juego de Ripley), Ripley haya madurado y perfeccionado su ausencia de inquietudes ético-morales o puede que Wim Wenders mostrase a su Ripley como a un hombre que vive entre dos mundos sin llegar a pertenecer a ninguno de ellos. Los primeros compases de El amigo americano se interesan por la conversación que mantienen los personajes de Dennis Hooper y Nicholas Ray —uno de los directores favoritos de Wenders, y de los más cercanos, como se comprobará apenas cuatro años después en Relámpago sobre el agua (Lightning Over WaterWim Wenders y Nicholas Ray, 1980); también Samuel Fuller tiene un pequeño papel en la película—, que barajan la posibilidad de vender más cuadros del segundo, un pintor que todos dan por muerto —es probable que el propio Ray experimentase una situación similar durante los últimos compases de su vida.


Ripley (Dennis Hooperse traslada a Hamburgo para subastar la pieza de Dewart (Nicholas Ray) en una puja donde coincide con Jonatthan Zimmerman (Bruno Ganz), el hombre que desprecia su apretón de manos cuando les presentan, hecho que Ripley tiene muy presente cuando escucha que se trata de un restaurador aquejado de una grave enfermedad sanguínea. Ripley emplea esa información para resarcirse, así, pues, cuando Minot (Gerard Blainle pide que le devuelva un favor, le recomienda que manipule al restaurador y le utilice para sus fines. Ripley se encarga de extender el rumor del agravamiento de la enfermedad de Zimmermann, hecho que unido a los análisis médicos amañados por Minot y a su creciente preocupación por morir sin dejar nada a su mujer (Lisa Kreuzer) e hijo, le provocan la ansiedad y el miedo. Minot, como si se tratase de un Mefistófeles moderno, conocedor del momento por el que atraviesa su Fausto, se presenta ante él y le propone comprar su alma (convertirle en asesino) a cambio de una cantidad de dinero que aseguraría el futuro de su familia. El restaurador rechaza la propuesta, aunque no tarda en dejarse convencer porque sabe que su enfermedad ha acabado con él, y sólo es cuestión de (poco) tiempo que muera y su ausencia deje desprotegida a su familia. En mayor medida, Wenders se centra en la figura del enfermo que en la del manipulador Tom Ripley, mostrando el deterioro emocional del primero, que afecta a su relación con su mujer, al tiempo que le transforma del individuo pacífico y familiar al asesino en el que se convierte en los últimos momentos de vida, los cuales disfruta en compañía de ese americano que acude en su ayuda, en un segundo encargo, porque siente algo por su víctima, pero nunca podría ser amistad, aunque sí un acercamiento entre dos comportamientos y pensamientos distintos.

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