lunes, 27 de agosto de 2012

Pelham 1, 2, 3 (1974)


El modo cinematográfico de narrar de Joseph Sargent en Pelham 1, 2, 3 (The Taking of Pelham One Two Three, 1974) es ejemplo de cómo realizar un thriller policiaco sin perder la cabeza ni dejarse llevar por los tiros, las persecuciones y las explosiones. Su manera de contar es efectiva, precisa, contundente y va al grano. En ese aspecto es acorde a las producciones policiacas de la época, la mayoría condicionadas por el desencanto, las dudas y la desconfianza de parte de la sociedad norteamericana, aquejada por la crisis energética (petróleo), los disturbios civiles, los escándalos políticos como el Watergate o la intervención en la guerra de Vietnam. La violencia y el pesimismo dominan en el policíaco americano de los setenta, subgénero plagado de personajes que también muestran su desencanto, el cual provoca que actúen con violencia, rebeldía o cinismo. En Pelham 1, 2, 3, (The Taking of Pelham One Two, Three) se cambia el asfalto urbano por el subterráneo del metro de Nueva York para desarrollar una trepidante acción que presenta las características del subgénero desde una perspectiva cínica y distante, aspectos que se encuentran en el policía protagonista. El secuestro de uno de los vagones de la línea que da nombre al film es tomado a la fuerza por cuatro asaltantes que exigen al gobierno local un millón de dólares, que debe ser entregado en el plazo máximo de una hora; en caso de no cumplirse sus exigencias en el tiempo previsto amenazan con ejecutar a un rehén cada minuto que exceda de la hora señalada. El teniente Zachary Gruber (Walter Matthau) de la policía de tránsito del metro de Nueva York no puede creer que hayan secuestrado un vagón de metro con dieciocho rehenes en su interior, en realidad, nadie puede creer que eso esté pasando, ya que resulta una circunstancia inusual e inesperada. Gruber mantiene contacto con los secuestradores, intenta ganar un tiempo que no tienen y que el señor Blue (Robert Shaw), el líder de los secuestradores, no está dispuesto a concederles, porque sabe que el éxito de su empresa depende de su inflexibilidad. El grupo de criminales se compone de cuatro individuos que lucen bigote, visten sombrero y gabardina, empuñan armas automáticas y responde a nombres de colores como su jefe, a quien llaman señor Blue, y por lo que dice y se escucha se trata de un ex-militar sin empleo acostumbrado al mando. El resto de secuestradores también serían desempleados: el señor Grey (Hector Elizondo), violento hasta el extremo de haber sido expulsado de la mafia, el señor Green (Martin Balsam), antiguo conductor del metro, despedido por un asunto de drogas, y el señor Brown (George Steever), el más silencioso y quien mejor acata las órdenes de su líder; evidentemente los nombres son falsos, y les sirven para salvaguardar sus verdaderas identidades, artificio que emularían los atracadores de Reservoir Dogs (Quentin Tarantino, 1991). La policía poco puede hacer ante un grupo de colores decidido a cumplir sus amenazas, de hecho, desde el principio confirman que no tienen inconveniente en emplear la violencia. La única solución razonable para salvar las vidas de los rehenes es la de molestar al alcalde (Lee Wallace), y que éste dé el visto bueno para pagar el rescate, como le recomienda el teniente de alcalde (Tony Roberts), que parece tener clara la prioridad de salvar a los dieciocho inocentes porque serían dieciocho votos seguros en las próximas elecciones. La aparición de políticos y de altos cargos muestra la incompetencia o el desinterés, y a pesar de ser los responsables de la seguridad ciudadana no son capaces de responder a la confianza depositada por quienes les han elegido. De este modo, los asaltantes parecen conseguir lo que se proponen, ya que tienen todas las cartas para triunfar, sin nada que perder y con mucho que ganar, conscientes de que han cuidado todos los aspectos de un plan estudiado de antemano y ejecutado con contundencia.



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