viernes, 12 de octubre de 2012

Mad Max, salvajes de autopista (1979)


El rótulo inicial indica que la acción se desarrolla en un futuro cercano, más allá del presente de finales de la década de 1970, y sus primeras imágenes desvelan un espacio semidesértico imposible de reconocer debido a la ausencia de símbolos que permitan su ubicación geográfica, pues el entorno se descubre incierto y prácticamente vacío, salvo por los automóviles y las motocicletas que por él deambulan, y que de ser sustituidos por caballos, y el asfalto por tierra, podría decirse que Mad Max no es sino un western disfrazado de película de ciencia-ficción. Los kilómetros y kilómetros de interminables carreteras desoladas son parte del mundo de Max (Mel Gibson), policía que sólo las abandona en los breves instantes que comparte con su esposa (Joanne Samuel) e hijo, momentos que podrían hacerle pasar por un individuo como cualquier otro que habitase en el presente; sin embargo Max es un interceptor de la carretera, con la misión de patrullar y vigilar para que ningún colgado se desmadre. Y cuando uno lo hace, Max tarda en unirse a la persecución que dos coches patrulla realizan a un vehículo en el que viaja un delincuente que se llama a sí mismo el jinete nocturno (Vincet Gil). Su automóvil avanza a gran velocidad, sin detenerse ante nada y eliminando a los vehículos policiales que le persiguen, incluida la motocicleta de Jim el ganso (Steve Bisley), el mejor amigo de Max, que se estrella contra un tercer vehículo. Cuando Max pone en marcha el motor de su coche no cabe la menor duda de que el jinete nocturno dejará de cabalgar, ya que el policía es el héroe en un tiempo en el que éstos han dejado de existir. Max comprende la realidad que le rodea, en la que no hay cabida para héroes, también es consciente de que desea alejarse de su trabajo para dedicarse a su familia y no convertirse en alguien similar a aquellos a quienes persigue, porque él, al contrario que la mayoría, posee una integridad que teme perder. Mad Max funciona a la perfección como road movie de acción, al tiempo que presenta una construcción que recuerda al western, sobre todo cuando aparecen los moteros amigos del jinete nocturno en un pueblo árido en cuya estación aguardan los restos del finado. Son un grupo peligroso que busca vengar la muerte de uno de los suyos; nadie parece pararles los pies, aterrorizan a la población para divertirse y salen en persecución de una pareja a la que atacan, violan y quién sabe cuantas atrocidades más. Ganso y Max llegan al lugar del crimen, encontrándose con la joven víctima y con uno de los agresores, Charlie (John Ley), a quien la justicia del mundo de Max no puede condenar, ya que nadie se presenta a testificar en su contra, se supone que coaccionados por el cortaplumas (Hugh Keays-Byrne) y sus secuaces motorizados. Esa falta de fuerza legal implica una reacción airada en Ganso, que conlleva un posterior enfrentamiento con los salvajes de la carretera, del mismo modo que, al final de film, Max asume que su mundo no es un lugar idílico, convirtiéndose en un vengador condenado a vagar por un futuro desolado como se comprobará en la muy notable Mad Max 2, el guerrero de la carretera (1981). Mad Max significó un enorme éxito para el cine australiano, aupando a su joven actor protagonista hacia un estrellato internacional que no tardaría en llegar, al tiempo que proporcionaba a George Miller la posibilidad de continuar con la saga de western futurista que le abriría las puertas del mercado hollywoodiense.

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