sábado, 6 de octubre de 2012

Sólo se vive una vez (1937)


En la década de 1930 la sociedad estadounidense vivía bajo la sombra de una fuerte depresión económica que no tardó en ser reflejada en un cine de denuncia social que tuvo en 
Fritz Lang a uno de sus máximos exponentes. El director austríaco realizó entre 1936 y 1938 tres films que muestran aspectos sociales que condicionan el comportamiento individual, sobre todo en las dos primeras, obras maestras que apuntan hacia el cine negro que se desarrollaría en la siguiente década. La conocida como trilogía social de Lang está compuesta por You and Me (1938), la tercera y la menos trágica, Furia (Fury) (1936) y Sólo se vive una vez (You Only Live Once), quizá las dos máximas representantes de dicha tendencia cinematográfica. Ambas presentan a un falso culpable a quien se le condena injustamente, robándole de ese modo cualquier posibilidad de vivir dentro de esa sociedad que les rechaza desde la hostilidad que les obliga a modificar sus intenciones, y por lo tanto sus comportamientos. Existen varias diferencias entre el personaje de Furia y el de Sólo se vive una vez, el primero es un hombre sin antecedentes penales a quien los habitantes de un pueblo pretenden linchar por un crimen que no ha cometido, mientras, Eddie Taylor (Henry Fonda) es un reincidente que ha cumplido tres condenas (una por robar un automóvil y dos por ser el conductor en un par de atracos), lo que significa que una cuarta implicaría su ejecución, cuestión que llama la atención sobre un sistema que parece no juzgar por la magnitud del crimen, sino por la cantidad de delitos cometidos. A pesar de su puesta en libertad, Eddie es consciente de la dificultad que conlleva ser aceptado por la sociedad, certeza que ya habría descubierto en el pasado, cuando se vio obligado a delinquir una primera, segunda y tercera vez. A pesar de la imposibilidad que ha marcado su destino, no piensa regresar a presidio, sólo piensa en iniciar una vida al lado de Joan (Sylvia Sidney), con quien se casa tras salir del correccional y con quien comprobará el rechazo que genera cuando reconocen que se trata de un ex convicto (durante la noche de bodas les echan del hotel). En Sólo se vive una vez (You Only Live Once) poco importan las intenciones o los buenos sentimientos de un hombre a quien no se le ofrece ninguna posibilidad para encauzar su rumbo, algo que se deja notar en la atmósfera fantasmagórica en la que se mueve el film, y que se confirma cuando, sin motivo, despiden a Eddie de su trabajo de camionero, solo por considerarle un indeseable, y acude a su jefe para solicitar una ayuda que se le niega desde el desprecio que genera su condición de antiguo delincuente. Taylor es consciente de la imposibilidad que le persigue y que le impide encauzar esa vida honrada que desea, pero, a pesar de las dificultades y de mostrarse pesimista, no se rinde porque comprende que existe una mujer que confía en él. Por un breve instante la pareja disfruta de un hogar que les permite soñar, aunque las imágenes advierten que será un sueño efímero, que se rompe cuando le acusan de un atraco que él niega haber cometido, pero en el que se ha encontrado un sombrero con sus iniciales bordadas. Taylor sabe lo que le espera, sin embargo no huye, porque Joan le pide que se entregue, ya que ella cree ciegamente en la justicia, aunque no tarda en sufrir el desengaño de ver como esa misma justicia en la que siempre ha confiado condena a su marido porque se trata de un ex convicto. El destino de Eddie Taylor se descubre en la primera plana de un periódico donde se lee su sentencia a morir en la silla eléctrica, pero lo que no dice la prensa es que va a perder su vida por un crimen que no ha cometido, pero del que todos le acusan basándose en prejuicios y en la idea de que se trata de un hombre sin sentimientos (porque es un delincuente), cuando en realidad se trata de un individuo condenado por el rechazo que le ha impedido formar parte de una sociedad que se desmorona y que le ha empujado a delinquir. La dureza y a sobriedad de las imágenes rodadas por Fritz Lang acentúan la imposibilidad de un hombre que, tras cinco meses aguardando por su muerte, escapa el mismo día de la ejecución, instantes antes de que llegue un telegrama donde se confirma su inocencia, y también la certeza de que ya es demasiado tarde para él y para Joan, quizá siempre lo haya sido, porque para ellos nunca ha habido más esperanza que la concedida por ese amor que comparten durante una fuga que no les conduce al comienzo que ambos deseaban al inicio del film.

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