martes, 23 de octubre de 2012

Stalker (1979)



¿Qué es la zona? ¿Por qué dentro de ella existe el color que no se descubre en el mundo que la rodea? ¿Qué ocultan las autoridades para mantenerla cercada? El deteriorado mundo futuro en el que habita el stalker (
Aleksandr Kaidanovski) parece condenado por la falta de esperanza que desvela la fotografía de tonos sepia que se descubre al inicio del film, en un espacio donde no tiene cabida ni el colorido ni la alegría; quizá debido a dicha ausencia, el furtivo —representante de las creencias y de la fe— necesita adentrarse en ese entorno que le proporciona el equilibrio que no encuentra fuera de la zona, a la cual accede como guía de un escritor (Anatoli Solonitsyn), representante del conocimiento artístico, y de un profesor (Nikolai Grinko), representante del conocimiento científico. Los tres saberes inician su viaje hacia un lugar impredecible que les permite interiorizar y reflexionar sobre ellos mismos y sobre aquello que representan, cuya suma da la humanidad. Pero introducirse en la zona resulta complejo, pues se trata de un viaje plagado de obstáculos, que salvan gracias a los conocimientos del guía (espiritual), ya que, por sí mismos, los dos hombres de saber cognitivo no podrían alcanzar la habitación de los deseos que se encuentra en algún recóndito rincón del laberinto por donde deambulan después de superar las barreras (físicas y humanas) que impiden la entrada. A pesar de ubicarse en un futuro indeterminado (o en un presente abstracto que remite a la interioridad humana) en Stalker no hay cabida para la ciencia-ficción, sino para la poesía de sus imágenes y sonidos y para la antropología de Tarkovski, que cobra cuerpo en las imágenes filmadas cuales versos en movimiento, de símbolos y emociones que surgen en ese espacio, al que llaman la zona, marco fundamental del viaje hacia el interior reflexivo del propio ser humano. Tanto física como abstracta, la zona es un lugar peligroso, siempre cambiante, pues en él se enfrentan la razón y la fe mientras caminan en pos de esa supuesta habitación donde los deseos se convierten en realidad. El stalker basa su conocimiento en la superstición, único medio que conoce para avanzar por un espacio donde sus acompañantes parecen sentirse amenazados por algo que se escapa a las respuestas racionales, obligándose a interiorizar en sí mismos en busca de una explicación para su existencia y su esencia, así como la del entorno que habitan y que Andréi Tarkovski es capaz de captar y transmitir desde los silencios, el fluir del agua, el viento, el deterioro de los espacios físicos, los cambios en el color de la fotografía o las reflexiones existenciales de sus protagonistas: la esencia de la personalidad humana, siempre compleja, siempre llena de dudas que pretenden respuesta desde los respectivos puntos de vista de los tres protagonistas, tres formas de entender el alma humana que en contadas ocasiones se equilibran y se ponen de acuerdo.

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