lunes, 12 de noviembre de 2012

El demonio del mar (1949)

Dentro del género de aventuras, el mar ha servido como escenario ocasional para la iniciación de niños que se adentran en un mundo adulto donde, en apariencia, no hay espacio para ellos, a no ser que abandonen su infancia en tierra para así acatar órdenes y aceptar comportamientos que no comprenden. Pero, para Jed Joy (Dean Stockwell), el protagonista infantil de El demonio del mar (Down to the Sea in Ships), su vida se encuentra ligada al medio marino donde ha crecido y con el que se siente identificado, siendo el suyo un caso contrario al Jim Hawkins de La isla del tesoro, al de los niños de Viento en las velas o al del caprichoso muchacho de Capitanes intrépidos, con quien comparte un aprendizaje similar en algunos aspectos que les forja como los hombres que serán en un futuro que, aunque no se muestre, se intuye. Al igual que Alexander Mackendrick o Victor Fleming lo hicieron en sus películas, en esta destacada producción, Henry Hathaway enfrenta de manera emotiva e intimista el mundo de la infancia con el de los adultos, un entorno poco proclive para la educación de Jed. Sin embargo, al contrario que en los protagonistas de las películas citadas, el mar corre por sus venas, y el pequeño rechaza cuanto no se encuentre relacionado con el medio o con la figura paterna representada por su abuelo, el capitán del ballenero en el que Jed forma parte de la tripulación. Bering Joy (Lionel Barrymore) es un marinero de la vieja escuela, abuelo, padre, hijo, nieto y biznieto de otros marinos que, como él, se dedicaron a la captura de ballenas. Para este veterano el mar y su nieto son su razón de ser, aunque en la nave, todo lo contrario que en tierra, no puede mostrar ni sus sentimientos ni favoritismos hacia el niño, consciente de que un buen capitán debe anteponer la seguridad de su barco y de su tripulación a cualquier emoción o sentimiento personal, por muy fuerte este sea. El viejo lobo de mar se encuentra al final de sus días en el medio acuático, pero se resiste a renunciar a él, como tampoco desea renunciar a su nieto (sería su muerte), aunque sí lo obliga a superar un examen escolar para que pueda acompañarle en su próxima salida, quizá la última. Superada la prueba gracias a la ayuda de un profesor comprensivo con las necesidades del muchacho y del anciano, ambos se embarcan en una nueva travesía, aunque en esta ocasión acompañados por un primer oficial inexperto, que ha aprendido su oficio a través de los libros. La presencia de Dan Lanceford (Richard Widmark) provoca un enfrentamiento entre la experiencia (tradición) y la teoría (desconocida para Bering) sin que el balance se decante a favor ni de una ni de otra, ya que sus diferencias son menos de las que se supone, además de ser complementarias. A pesar del choque entre veteranía y juventud, el capitán comprende que Dan es la mejor opción para continuar la educación de Jed, por ese motivo le encarga la labor de enseñar a un niño que no tarda en sentirse identificado con el nuevo tripulante, hecho que genera los celos de un abuelo apenado por no poder mostrar sus sentimientos dentro de un ballenero donde se ve obligado a asumir el mando y cuanto conlleva. El demonio del mar  indaga en la intimidad de sus tres protagonistas, sinceros en sus actos y capaces de desvelar las emociones que ocultan a través de detalles que permiten observar el nacimiento de la amistad entre Lunceford y Jed, el respeto que el primero empieza a sentir por Bering o el distanciamiento no deseado de este con su nieto, sobre todo tras tomar una decisión que le desgarra por dentro, pero necesaria desde su perspectiva de capitán, porque no puede arriesgar la vida de los miembros de su tripulación. El capitán Joy sufre una lucha interna entre su deseo como hombre (solo en tierra puede ser el padre que Jed Joy necesita) y su deber como responsable del barco, donde por mucho que le pese no puede dejarse influenciar por el amor que profesa a su nieto, aunque este se haya perdido entre la niebla durante su primera experiencia en la captura de ballenas. Lunceford, consciente de la imposibilidad de su patrón, asume incumplir la orden del capitán y sale en busca del muchacho, hecho que, a su regreso, acarrea la gratitud del Bering hombre y la censura del Joy capitán, actitud esta última que Jed es incapaz de comprender, generando en él su rechazo hacia ese anciano que no puede sino actuar como siempre lo ha hecho, supeditando emociones y sentimientos al bien común y al cuidado de la nave, una dura realidad que agiganta el distanciamiento con ese ser querido cuya inocencia le impide entender el por qué de la actitud de su abuelo.

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