viernes, 2 de noviembre de 2012

Milán, calibre 9 (1972)


El cine policíaco italiano tuvo en Fernando Di Leo a una de sus figuras más sobresalientes en títulos en los que se observan influencias de Jean Pierre Melville. De hecho, Milán, calibre 9 (Milano, calibro 9) se inicia con la puesta en libertad de un criminal que presenta algunos de los rasgos característicos que definen a los personajes melvilleanos, a quienes siempre se observan dentro de un entorno hostil que los aísla y condiciona. Esta producción fue el primer título de la interesante "trilogía del milieu" que Di Leo completó con Nuestro hombre en Milán (La mala ordina) y Secuestro de una mujer (Il Boss), todas ellas ambientadas en el Milán de la década de 1970 y que se descubren como excelentes ejemplos del cine negro a la italiana. Ugo Piazza (Gaston Moschin) ha pasado tres años a la sombra por el robo de una joyería, sin embargo, todos dan por hecho que planeó su captura para mantenerse fuera de circulación tras engañar al hombre para quien trabajaba. Su puesta en libertad aclara ciertos aspectos relacionados con su pasado, cuando, ante la puerta del penal, se topa con Rocco Musco (Mario Ardoff), un matón que lo amenaza para que devuelva los trescientos mil dólares que se supone robó antes de dejarse atrapar, sospecha que Ugo niega una y otra vez. Consciente de que su vida corre serio peligro se descubre rodeado de delincuentes que lo acosan y de policías como el comisario interpretado por Frank Wolff, que intenta exprimirle para atrapar a su antiguo jefe y a sus contactos. La soledad del criminal le confiere cierta dignidad, aunque también patetismo y desencanto, como se observa cuando su amigo (Philippe Leroy) le dice que no puede ayudarle, momento en el que Ugo comprende que solo puede contar consigo mismo. Como cualquier entorno de criminalidad nadie puede fiarse de nadie, quizá por ello la idea del protagonista sea la de alejarse del mismo, pero antes necesita arreglar su situación personal, que implica retomar su relación con Nelly (Barbara Bouchet), la única persona que le queda, e intentar descubrir quién robó el dinero que dice no tener. Ugo, consciente del peligro que corre, acepta la imposición del "americano" (Lionel Stander) cuando este le obliga a trabajar de nuevo para él, con el único propósito de controlarlo a la espera de que le lleve hasta esa cantidad de la que una  otra vez asegura no saber nada, salvo que cualquiera pudo robarla. 


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