jueves, 8 de noviembre de 2012

Perseguido (1987)


Dentro de sus limitaciones narrativas y de ser un vehículo para el lucimiento de Arnold SchwarzeneggerPerseguido (The Running Man, Paul Michael Glaser, 1987), basada en la novela de Stephen King (que firmó bajo el seudónimo Richard Bachman), propone una revisión de El malvado Zaroff (The Most Dangerous Game, Ernest B. Schoedsack e Irving Pichel, 1932) que cuenta con el atractivo de mirar el medio televisivo de su presente, situándolo en el futuro distópico, y enfrentar la cara visible del espectáculo y la oculta donde se mueven los hilos, aquella que actúa según los intereses comerciales y políticos. Aunque la acción prevalezca, que para algo es una película con Schwarzenegger, sus responsables introducen durante la caza humana el tema de la manipulación mediática que guía la opinión y las simpatías del público, potencial consumidor de los productos publicitados y de la “telebasura” que también en la actualidad continúa llenando las pantallas televisivas. La acción de 
Perseguido se desarrolla en 2017, dentro de una sociedad que se encuentra totalmente alienada y controlada por la televisión, que a su vez es un medio de control del gobierno para someter y engañar a sus gobernados. En el futuro de The Running Man no existe el Derecho a manifestarse, ni siquiera cuando se hace de manera pacífica y tiene como meta conseguir alimento. Puede que por esa falta de libertad, que forma parte de la cotidianidad de ese mundo totalitario, la orden de abrir fuego contra las masas solo sorprenda al héroe: Ben Richards (Arnold Schwarzenegger), el capitán que se niega a acatarla, aunque no puede evitar la masacre, pues, en un sistema como el de Perseguido, someter es esencial para conservar el Poder.


Los Derechos se reducen, no hay más que aquellos que no signifiquen un peligro para el férreo control de quienes ostentan el Poder que Richards pone en duda, cuando desobedece el mandato y queda sellado su destino, que
 no es otro que convertirse en el héroe salvador y en estrella mediática, tras pasar una temporada en el presidio donde afirma que lo único que le importa es salvar su cuello y sobrevivir, sin plantearse ni preocuparse por lo que suceda a su alrededor. Dicho pensamiento choca con su comportamiento anterior, el que provocó su encarcelamiento, y con el posterior, cuando luche por su vida y la de sus compañeros: Laughlin (Yaphet Kotto) y Weiss (Marvin J. MacIntyre), dos presos políticos, miembros de la resistencia que, junto a él, se evaden del campo de trabajo. Tras la fuga, vuelve a dejar claro que su única intención es la de abandonar el país sin meterse en guerras absurdas, absurdas porque que no le interesan. Pero su fuga se va al traste y Richards acaba siendo el concursante a la fuerza de The Running Man, un programa líder de audiencia que ofrece como entretenimiento la caza humana y la muerte en directo de sus participantes, a manos de cazadores a cada cual más hortera. Como apunto al inicio del comentario, Perseguido no pasa de ser un vehículo de lucimiento para su actor principal, pero tiene la gracia de que no se toma en serio y el añadido de su crítica a un medio audiovisual capaz de controlar gustos y emociones, tergiversando verdades y ofreciendo un espectáculo irracional que controla y hace vibrar a la audiencia, vibración o goce que no se aleja excesivamente de la realidad. Más allá de su evidente crítica al control, Perseguido se centra en la lucha a muerte entre Richards y sus perseguidores, cinco estrellas mediáticas que inútilmente pretenden darle caza. Estos perseguidores no son los verdaderos villanos de la función, sino actores y marionetas de Killiam (Richard Dawson), el presentador de rostro cercano y risueño, pero de fondo manipulador, insensible y ambicioso, que afirma que en su espacio no se miente y que quiere a su público. Por supuesto, lo quiere pegado delante de la pantalla. Este individuo ha alcanzado el éxito gracias a la creación de un programa en el que la caza del hombre divierte a la masa, que le adora y que él desprecia, y que sólo utiliza para mantener el poder que le confiere los índices de audiencia. Lo curioso de Richards, solitario y siempre a lo suyo, sería su aceptación a participar en el show, ya que lo hace para evitar que lo hagan sus compañeros de fuga, una contradicción para un hombre que repite constantemente que solo le importa salvar su pellejo, y sin embargo cuida de ellos y de la mujer (María Conchita Alonso), heroína de la función, que le delata en el aeropuerto mientras intenta huir del país. Pero así es Arnold, un héroe a la fuerza, a pesar de haber sido el villano de Terminator (James Cameron, 1984), un tipo que promete volver para cumplir con su papel y con su público…

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