jueves, 1 de noviembre de 2012

Un domingo cualquiera (1999)


Dentro de la filmografía de Oliver Stone destacan aquellas películas que intentan analizar cuestiones relacionadas con aspectos político-sociales, éste sería el caso de su trilogía sobre la guerra del Vietnam (PlatoonNacido el cuatro de Julio y El cielo y la tierra), SalvadorWall StreetJ.F.K.Asesinos natos o Nixon. En Un domingo cualquiera (Any Given Sunday) intentó ofrecer algo más que un film deportivo (en realidad no lo es), ya que se trata de una disección del espectáculo del fútbol americano, al que compara con el desarrollado en la arena de los circos romanos, haciendo hincapié en aspectos que se escapan del terreno de juego. Los jugadores de fútbol son aclamados como ídolos, pero también son tratados como mercancía con fecha de caducidad, situación por la que atraviesa "Cap Rooney" (Dennis Quaid), el veterano quarterback de los Sharks de Miami, quien tras una exitosa carrera ve como debe dejar su lugar a jugadores más jóvenes, estrellas mediáticas que se alejan de la imagen tradicional del deportista. Para ellos el fin no es competir sino conseguir contratos millonarios y aprovechar una situación privilegiada (fiestas, sexo y más dinero), que también conlleva riesgos (deterioro físico y mental). Con un ritmo de cámara trepidante se muestra el campo de juego, el único lugar donde los jugadores mueven los hilos de un espectáculo violento y vibrante a los sentido del aficionado, que no necesita comprender la realidad oculta de esos gladiadores de usar y tirar. Durante el metraje de Un domingo cualquiera se observa que el football ha perdido su razón de ser, al primar aspectos extradeportivos como la imagen, las ventas o los contratos publicitarios, cuestiones contrarias al pensamiento de Tony D'Amato (Al Pacino), un entrenador que vive sus horas más bajas en el club que ayudó a construir. Tony es un veterano de épocas pasadas, cuando el deporte todavía era un juego de equipo, no el circo empresarial que administra Christina Pagniacci (Cameron Diaz), donde todo tiene un precio y todos son sacrificables. La diferencia de conceptos no sólo se aprecia entre el entrenador y la propietaria, también en el enfrentamiento entre Tony D'Amato y Willie Beamen (Jamie Foxx), su nueva estrella, individualista e intuitivo, pero carente de la capacidad de liderazgo de "Cap" Rooney, ya que únicamente se preocupa por sí mismo, dejando de lado la idea de equipo. Otro de los aspectos a destacar de la película de Oliver Stone sería la constante intromisión de los medios de comunicación en el día a día de los Sharks, enturbiando el entorno en busca de noticias que mantengan los índices de audiencia; en la escena en la que Montezuma Monroe (Jim Brown) y D'Amato charlan se comenta que el primer partido televisado fue el fin del football. Los jugadores son víctimas de esa repercusión mediática, pero también de la falta de ética de la propietaria o de individuos como el doctor Mandrake (James Woods), que acepta aquello que Christina le indica para no perder su posición privilegiada. Tony D'Amato no ha cambiado su concepto de entrenar, para él lo importante reside en el juego, en el equipo y en las sensaciones que el fútbol le transmite, pero la falta de victorias le convierte en alguien desencantado, consciente de que el deporte al que ha sacrificado su existencia (renegando de su vida personal) ya no es el mismo que conocía, ahora no se juega por la diversión de competir en el terreno de juego, sino por el dinero o la gloria efímera que alcanza a Beamen, perdido dentro de un entorno en el que sobrevivir es cuestión de números.

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