viernes, 7 de diciembre de 2012

El último tango en París (1972)


Si la década de 1950 fue la época dorada de 
Marlon Brando como actor, el año 1972 fue su punto álgido al interpretar a dos personajes tan diferentes entre sí como lo son el patriarca de El padrino (The Godfather) y el maduro y atormentado viudo de El último tango en París (Ultimo tango a Parigi), dos creaciones que confirmaron su enorme capacidad actoral después de un periodo de cierta crisis artística. Paul (Marlon Brando) es un hombre de mediana edad insatisfecho con una vida de la que pretende escapar en ese apartamento donde coincide con Jeanne (Maria Schneider), la joven desconocida a quien ha seguido y con quien no tarda en compartir una tórrida relación sexual en la que no tienen cabida las preguntas, los nombres o las responsabilidades. Entre las cuatro paredes de la vivienda Paul se revela contra su existencia, marcada por la soledad, la mediocridad y el acomodamiento a un matrimonio que ha concluido con el reciente suicidio de su esposa, hecho que ha agudizado su tormento dentro de una sociedad aburguesada, anodina e hipócrita, creadora de su desencanto y de su desorientación, que parecen desaparecer en el anonimato de una pasión nacida de su necesidad de rechazar el espacio externo donde las relaciones se descubren vacías. Bernardo Bertolucci se rebeló contra lo estipulado al realizar un film adulto que no esconde su explosiva crítica hacia una realidad marcada por la mediocridad y la impersonalidad que se descubre en las vidas paralelas de esa pareja de extraños, que se desnudan física y metafóricamente en un piso vacío donde buscan evadirse de la insatisfacción que les domina. La relación sexual les proporciona la oportunidad para protestar contra sí mismos y contra todo aquello que ha formado parte de su pasado y presente, convirtiendo sus encuentros ocasionales en vías de escape al orden preestablecido que habita fuera del apartamento. El último tango en París resulta un film denso y descarnado, que no duda en ningún momento en mostrar el rechazo y las ansiedades de sus protagonistas, los cuales, en la soledad de su idilio, desatan pasiones, instintos y quejas ante esa existencia que ha convertido a Paul en hombre atormentado y a Jeanne en mujer víctima de la sumisión a lo preestablecido, candidata a convertirse en un ser insustancial dentro de un entorno sin sustancia o que la rechaza.

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