sábado, 5 de enero de 2013

Brazil (1984)


Puede atraer o provocar rechazo, pero el cine de Terry Gilliam no deja indiferente, en el sentido de que posee la personalidad y la inventiva del director, posee su fantasía y esta reaparece en cada una de sus películas, aunque no en todas alcance la redondez de 
Brazil (1984), en la que el cineasta junta lo orwelliano con lo kafkiano y lo filtra a través de su inventiva cinematográfica. Orwell y Kafka encuentran su denominador común en el individuo o la individualidad borrada por el sistema: en el primero, alienado; y en el segundo, perdido. En ambos casos, la identidad y la libertad son aplastadas por un estado de control, totalitario en uno, burocrático en otro, en ambos jerarquizado, que niega cualquier tipo de existencia que no sea la prestablecida por normas y directrices inamovibles. Esto se descubre en la película de Gilliam, lo asume y lo lleva a su universo cinematográfico, le da esencia y forma, en aspectos formales que posteriormente reaparecerían en El rey pescador (su carácter onírico) o Doce monos (los movimientos de cámara, los encuadres y los ángulos, o el diseño de los espacios futuristas), pero sobre todo se percibe el derroche de imaginación e ingenio que el realizador desarrolla para satirizar a la sociedad que ha perdido el poder de improvisar, de decidir qué, cómo o cuándo elegir. La presentación de Sam Lowry (Jonathan Pryce), el personaje principal, lo muestra como un caballero al rescate de una doncella en apuros (Kim Greist), hecho que choca con el mundo que se muestra en los primeros compases de la película, un mundo dominado por la burocracia, por el férreo control gubernamental, por la miseria en la que vive la clase trabajadora y por la impersonalidad que se observa en el departamento de registro a donde Lowry acude con un ligero retraso, porque se ha entretenido entre las sábanas, disfrutando del sueño que se repite una y otra vez. Sam ha acomodado su trabajo a sus necesidades; ejerce una labor que le permite hacer lo menos posible, le posibilita disfrutar de una buena película clásica o poner los pies encima del escritorio de su jefe (Ian Holm), que le consiente cualquier cosa porque sabe que su subordinado es pieza fundamental en el buen funcionamiento del departamento (oficiosamente es quien lo dirige). Por otro lado, este joven, para nada ambicioso, debe lidiar con los deseos y el hedonismo de una madre (Katherine Helmond) que no cuenta ni con su opinión ni con su consentimiento, cuando le consigue un ascenso no deseado al departamento de Obtención de Información, el escalafón más alto del Ministerio de Información. Aunque sorprendido y disgustado por el comportamiento de su señora madre, Sam tiene otras cosas en mente, desechando la idea de formar parte de un engranaje carente de creatividad o de sentido; lo que a él le interesa y obsesiona es la chica del sueño, sobre todo cuando, por casualidad, descubre que se trata de un ser de carne y hueso. Este hecho propicia su búsqueda, repleta de imprevistos, de personajes extraños y de situaciones que desvelan aspectos nada complacientes de la realidad que presenta un film de catalogación inexacta, puesto que transita por diversos géneros para ofrecer el sueño de libertad imposible en el que Gilliam atrapa a su protagonista, a ese joven que, finalmente, alcanza su Brasil individual, la irrealidad que le permite escapar al paraíso soñado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario