viernes, 18 de enero de 2013

El sorprendente Dr. Citterhouse (1938)


El sorprendente Dr. Citterhouse (The Amazing Dr. Citterhouse, 1938) posee suspense, humor, actores de la talla de Edward G. Robinson o Humphrey Bogart, un guion desarrollado por John Huston y John Wexley y la más que eficaz puesta en escena de Anatole Litvak, otro director europeo y de gran talento afincado en Hollywood, como consecuencia de los totalitarismos; resuelta desde la sencillez y la eficacia expone una perspectiva curiosa sobre la obsesión y el desequilibrio psíquico, en este caso de un doctor que se convierte en ladrón para poder realizar su estudio sobre el mundo de la delincuencia. Confiado en su inteligencia y en el trabajo que lleva a cabo, Citterhouse (Edward G. Robinson) roba en las casas de sus amigos millonarios, quienes nunca sospecharían que uno de los suyos sea el criminal que se apodera de sus joyas. Tampoco la policía sospecha de un eminente y destacado miembro de la sociedad neoyorquina, ni siquiera cuando el médico muestra su curiosidad por saber a quién acudiría el ladrón para deshacerse de los objetos robados. La oportunidad para completar su estudio se presenta cuando el inspector Lane (Donald Crisp) contesta que existen varios individuos que se dedican a la compra-venta de artículos robados, destacando el nombre de Jo Keller (Claire Trevor). El siguiente paso de Citterhouse sería ganarse la confianza de Keller y los suyos, cuestión que consigue gracias al control que muestra cuando la policía se presenta en el local donde se encuentra reunida la banda; en ese instante, cuando ninguno sabe qué hacer, surge la figura del doctor, ganándose la admiración y el respeto de los malhechores, quienes le aceptan como el nuevo cerebro del grupo, salvo Rocks Valentine (Humphrey Bogart), que ve en el recién llegado una amenaza para su posición y para su relación con Keller. Durante su periplo dentro del hampa el doctor utiliza a los delincuentes como conejillos de indias, estudia sus comportamientos en el momento de los robos, les mide el pulso y otras reacciones fisiológicas, lo cual le permite recopilar los datos que necesita para concluir su obsesión científica, la misma que le impulsa a ir más allá cuando Rocks le amenaza después descubrir su verdadera identidad. El sorprendente doctor Citterhouse indaga en la figura de un individuo tan inteligente como obsesionado, incapaz de reconocer el desequilibrio que se advierte en su comportamiento delictivo-científico o en su testimonio durante el proceso al que se le somete por el asesinato a sangre fría de Rocks, donde, para sorpresa de los presentes, abogado defensor incluido, asume y afirma, a riesgo de ser declarado culpable, que en todo momento ha sido y es consciente de sus actos.

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