viernes, 11 de enero de 2013

Starship Troopers (1997)


Los tres films futuristas realizados hasta la fecha por 
Paul Verhoeven —RobocopDesafío total y Starship Troopers— muestran una sociedad condicionada y manipulada por los intereses de aquellos que la controlan, empleando para ello los medios de comunicación (anuncios propagandísticos o programas que pretenden adulterar la realidad) como la emisión en directo que inicia Starship Troopers desde un planeta en guerra, donde las fuerzas terrestres luchan contra insectos gigantes. Tras la introducción el film retrocede en el tiempo hasta situar la acción un año antes de que se produzca la batalla en el planeta K, ubicando la trama en un mundo donde los países dejaron de existir como tal para formar parte de una confederación mundial, gobernada por un consejo que rige el destino de una población dividida en dos grupos sociales: civiles y ciudadanos, siendo estos últimos los miembros de pleno derecho de esa especie de orden fascista en el que solo aquel que sea ciudadano puede votar o tener aspiraciones políticas.


En Buenos Aires —llama la atención que la ciudad elegida no sea estadounidense; ¿por qué si no hay países?— se descubre a un grupo de adolescentes con pocas luces en su último año de instituto, que se dejan manipular tanto por los medios al servicio del poder establecido, constantes durante la primera parte del film, como por un profesor (
Michael Ironside) que aparentemente defiende la idea de que sus pupilos escojan por sí mismos, siempre y cuando la decisión de estos concuerde con su idea de defender a un sistema que manipula el pensamiento de la población. Inicialmente el enfoque de Paul Verhoeven resulta divertido, sin embargo hacia la mitad de la película pierde fuerza y se convierte en una caricatura de lo que pudo haber sido si el realizador holandés hubiese satirizado más sobre el control al que se somete a las masas, que no dudan en aceptar como válido cuanto se les dice, sin plantearse la existencia de verdades alternativas. A raíz de los preparativos bélicos, Starship Troopers se convierte en una lucha entre insectos y humanos, ensalzando la figura del supuesto héroe (Casper van Dien), que se ha alistado por el amor que profesa a su novia de instituto (Denise Richards), a quien poco le cuesta hacer borrón y cuenta nueva a la espera de alcanzar su única aspiración (ser piloto de la flota). Desde el momento que se desata el ataque de las tropas terrestres a isectolandia el film toma un rumbo que aboga por el militarismo en el que se descubre a unos soldados que no saben por qué luchan o mueren, y menos aún parecen plantearse que ser ciudadano de un sistema alienante, que necesita inventar un enemigo para poder mantenerlos controlados, no sería ninguna recompensa.

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