lunes, 25 de febrero de 2013

Ruta suicida (1977)

Prescindible, desilusionado, adicto al alcohol, así se descubre a Ben Schockley (Clint Eastwood), un policía de la ciudad de Phoenix a quien se le encarga una misión que el comisario Blakelock (William Prince) asegura trivial, pues se trata de trasladar a un testigo irrelevante desde Las Vegas (Nevada) hasta Phoenix (Arizona), para que en la capital del estado del Gran Cañón testifique en un juicio sin apenas importancia. Sin embargo, cuando Schockley llega a la ciudad del juego, descubre algo que sí es importante, su prisionero no es un hombre, sino una prostituta llamada Agustina "Gus" Mally (Sondra Locke), quien se empeña en gritar desde su celda que ambos están muertos, pues en la calle se apuesta cincuenta a uno a que no llegarán con vida a su destino. El policía muestra su carácter tosco y golpea a la chica para que se tranquilice, sin pensar que las palabra de "Gus" pueden contener un mínimo de verdad. No obstante, mientras aguarda en una cafetería a que sus colegas de Nevada finalicen el papeleo que le permita sacarla de la jaula, descubre en un tablón de apuestas el nombre de un caballo que concuerda con el de su testigo, coincidencia que genera la duda de que, quizá, la chica no sea una paranoica que pretende engañarle. Este sería el inicio de Ruta Suicida (The Gauntlet), un atractivo y contundente policíaco de carretera, repleto de persecuciones, violencia y dosis de amargura, pero también con sus momentos de humor y con un romance entre dos perdedores empeñados en sobrevivir tanto a los ataques de la mafia como a los de la policía. Desde el primer momento queda claro que el pensar no es algo natural en Schockley, acostumbrado a acatar las órdenes y cumplirlas sin plantearse nada más, una mala costumbre que también parece afectar a todos sus colegas de profesión, pero que él logra cambiar a raíz de su relación con la prostituta licenciada, que sí piensa y provoca que el prescindible caiga en la cuenta de que Blakelock le ha estado traicionando desde el mismo instante que le encargó el traslado. En Ruta suicida, Clint Easwood se decantó, como en la mayoría de los policíacos de la época, por enfatizar el desencanto que domina a un agente que no ha conseguido nada en la vida, salvo perder sus ilusiones y convertirse en el blanco perfecto para una trampa que nadie se plantea, ya que nadie haría preguntas sobre su muerte o la de su testigo, que nunca debería llegar viva a Phoenix, sin embargo ambos se aferran a la mínima esperanza de que existe una posibilidad para un nuevo comienzo, más allá de aquello que se da por sentando.

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