lunes, 25 de marzo de 2013

Godzilla (1954)


Aparte de los sorprendentes efectos especiales desarrollados por Eiji Tsubaraya en una época en la que estos se realizaban con trucajes, maquetas o miniaturas, Godzilla (Gojira, 1954) también destaca por ser uno de los primeros films que abordó los peligros de las pruebas nucleares que las grandes potencias estaban realizando en el Pacífico, una amenaza más real y terrorífica que el monstruo estrella del film de Ishiro Honda. El éxito de Godzilla fue brutal, incluso una distribuidora estadounidense compró los derechos para, dos años después, estrenarla con escenas adicionales en las que aparecía el actor Raymond Burr; por aquello de hacerla más atractiva al espectador occidental, sin embargo, solo consiguió restar parte del encanto del largometraje original. En la actualidad, la historia que narra Godzilla puede resultar convencional, a fuerza de repetirla y realizarla fuera de su mejor contexto. No obstante, en su día, al igual que lo fue King Kong (Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack, 1933) dos décadas antes, seria un acontecimiento descubrir en la pantalla a un monstruo de tiempos remotos que abandona la paz de su hogar, situado en el fondo oceánico, irritado como consecuencia de las pruebas nucleares que afectaban en mayor o menor medida al archipiélago japonés. Así pues, se descubre la advertencia, ojo con las bombas nucleares, en las andanzas de este reptil radiactivo de cuarenta y cinco metros de altura, capaz de suministrar el calor suficiente para incendiar la ciudad de Tokyo mientras se da uno de sus paseos por tierra firme. Godzilla no solo arrasó en la taquilla japonesa, sino que se convirtió en un icono cultural y en una fuente de ingresos, tal como parece corroborar una larga lista de imitaciones, secuelas y nuevas versiones; por ejemplo, la dirigida en 1998 por Roland Emmerich, cuyo único valor tangible (e intangible) reside en demostrar que tener un presupuesto holgado y contar con sobradas posibilidades técnicas no aseguran una buena película.


La aparición y posterior destrucción provocada por el monstruo plantea dos posturas enfrentadas: la expuesta por el profesor Yamane (
Takashi Shimura), paleontólogo que apuesta por el estudio y no por la aniquilación del gigante escamoso, y la de todos los demás. Por lógica se antepone la seguridad de la nación, pero por mucho que se intente su destrucción, el monstruo se muestra inmune al arsenal del que dispone el ejército. Godzilla aprovecha su espectacularidad, al menos así sería por aquel entonces, para presentar por un lado una visión ética y por otro el entretenimiento, en el cual los efectos de Eiji Tsuburaya son los verdaderos protagonistas. Aunque lo mejor del film reside en el acierto de Ishiro Honda a la hora de equilibrar los destrozos con la intimidad de personajes como el doctor Serizawa (Akihiko Hirata), atormentado ante la certeza de haber descubierto un arma capaz de destruir civilizaciones enteras, según él, similar a las bombas atómicas o a las de hidrógeno; una vez más la presencia de la amenaza real se entremezcla con la ficción. Convencido de que la humanidad no se encuentra preparada para conocer su descubrimiento, y que este sería empleado con fines bélicos, lo oculta al mundo, aunque siente la necesidad de sincerarse con Emiko (Momoko Kôchi), su prometida e hija de Yamane. La joven le promete guardar el secreto, sin embargo, cuando el monstruo destroza la ciudad y contempla el terror que ha provocado, no puede más que acudir a Ogata (Akira Takarada), el hombre a quien en realidad ama. Tras el caos provocado por el descomunal reptil, Emiko y Ogata se presentan en el laboratorio de Serizawa, allí le suplican que utilice su eliminador de oxígeno contra el monstruo, pues no existe otro medio para destruirlo, realidad que recrudece el enfrentamiento moral que habita en la mente del científico.



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