jueves, 14 de marzo de 2013

Muere otro día (2002)



La última película de Pierce Brosnan como James Bond también podría considerarse la mejor de su etapa, no solo por las numerosas escenas de acción, que desde el inicio hasta el fin se suceden de forma vertiginosa, ni tampoco por contar con una chica Bond que sería la versión femenina del agente británico, sino porque en Muere otro día (Die another Day) se observa a un 007 olvidado por los suyos, cuestión que anuncia el cambio que se produciría en el siguiente ciclo de la saga. después de eliminar al coronel Moon (Will Yun Lee), Bond es capturado por los soldados norcoreanos y, durante catorce meses, tiempo más que suficiente para que le crezca la barba y el cabello, es torturado de manera brutal hasta que finalmente se realiza un intercambio de presos. M (Judi Dench) le asegura que no ha sido la responsable de su liberación, pues si de ella hubiera dependido, su agente se habría podrido en su celda coreana. Así es el mundo de 007, un lugar donde los sentimientos personales quedan relegados a un plano secundario, cuestión esta que alcanzaría mayor dimensión en Skyfall (2012), en la que se incide en el desencanto que domina a los personajes. James, consciente de que se le aparta de lo único que sabe hacer, comprende que fue traicionado por uno de los suyos, alguien que se había aliado con Moon y con Zao (Rick Yung), su mano derecha. Pero su nueva posición fuera del servicio secreto, y sin doble cero, le obliga a escapar de los británicos y busca ayuda en la inteligencia china, que le pone tras la pista de Zao antes de que este cambie su rostro en el hospital cubano donde también se encuentra Jinx (Halle Berry), en quien el agente secreto descubre belleza y recursos similares a los suyos. La acción de Muere otro día funciona entre la tecnología sofisticada empelada por el agente 007 (automóvil invisible incluido) y su chulería expeditiva a la hora de desenmascarar a Gustav Graves (Toby Stephens), el filántropo y millonario que tras su rostro sonriente esconde algo más que buenas intenciones, sospecha que Bond confirma durante su estancia en el espectacular palacio de hielo donde se desarrolla el último tramo del trepidante adiós de Brosnan a la franquicia a la que había dicho hola en Goldeneye (1995)


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