miércoles, 13 de marzo de 2013

Rebeldes (1983)


Después de la ruina financiera que supuso la ensoñación musical Corazonada (One front the Heart, 1982), Francis Ford Coppola dirigió dos largometrajes que encuentran su inspiración en novelas de Susan E. Hinton, quien colaboró con el cineasta en la escritura de los guiones. Ambas películas giran alrededor de adolescentes marginales y marginados, por la ausencia de bienestar, en ambientes que les empujan hacia la violencia común a su entorno. La ley de la calle (Rumble Fish, 1983) y Rebeldes (The Outsiders, 1983) se complementan, son reflejos de una juventud huérfana, a la deriva, en busca de su lugar en un mundo humano que, como tal, se encuentra repleto de luces y sombras, de dramas, de dolor y de amor. Las dos fueron rodadas el mismo año, siendo la primera de formas más arriesgadas y complejas que las exhibidas en la segunda, que se adecúa mejor a las exigencias comerciales del cine hollywoodiense de los ochenta, ya sea en su uso del color o en la presencia de jóvenes que poco después alcanzarían el estrellato (Tom Cruise, Ralph Macchio, Rob Lowe, Emilo Estevez, Patrick Swayze o Diane Lane), aunque, a excepción de Matt Dillon, Diane Lane y, sobre todo, Tom Cruise, con el paso de la década, la mayoría sufriría altibajos en sus carreras. En Rebeldes Coppola apuesta por el colorido en su estupenda fotografía, que Stephen H. Burum opone al uso que el hizo del no menos logrado blanco y negro del sueño, poema y pesadilla monocromática que es la espléndida La ley de la calle, desarrolla una narrativa más accesible y concede el protagonismo a unos personajes con quienes resulta más fácil simpatizar: los “grasientos” son próximos a los adolescentes de Rebelde sin causa (Rebel without Cause, Nicholas Ray, 1955) y, en su enfrentamiento con los “dandys”, hay una rivalidad no racial pero sí clasista que les acerca a West Side Story (Robert Wise, 1961). En todo caso, son jóvenes condicionados por el ambiente en el que los lazos afectivos y de amistad hacen de los protagonistas una especie de familia que vendría a sustituir a los padres y madres, que o han muerto o con quienes existe una distancia insalvable; de ahí que Darrell (Patrick Swayze), el mayor del grupo, asuma para el resto el rol de figura paterna.


Coppola presenta a sus "grasientos" como carne de cañón, condenados por las carencias afectivas y económicas, opuestas a las que se descubren en los "dandis", adolescentes como ellos, pero que disfrutan de privilegios y comodidades imposibles para los protagonistas. En ambos grupos se descubren prejuicios enraizados con anterioridad a su aceptación del orden social que imposibilita su acercamiento. Esta realidad conlleva frustración y pérdida, que en Dallas (Matt Dillon) se convierten en un constante rechazo que expresa mediante la violencia. Pero ninguno puede considerarse responsable de su situación, atrapados, confundidos, rodeados de prejuicios, de falta de oportunidades y de apoyos afectivos, carencias que generan barreras, complejos, dudas, miedos, imposibilidad. Muchachos sensibles como Ponnyboy (C. Thomas Howell) y Johnny (Ralph Macchio), mismamente Dallas, que intenta esconder sus emociones tras su fachada de tipo duro que dice preocuparse por sí mismo, pero que demuestra lo contrario. Estos adolescentes mantienen una estrecha relación de amistad, sobre todo los dos más jóvenes del grupo. Johnny y Ponnyboy hablan de desengaños, de ilusiones o problemas familiares. Sueñan juntos en un atardecer que parece transportarles a un lugar donde el sufrimiento se aleje de ellos. A lo largo de los minutos de Rebeldes se descubre que ninguno es un mal chico, sin embargo, las circunstancias limitan su libertad de acción y marcan sus destinos. Esto sucede en varios momentos del film, pero él determinante se produce cuando varios "dandis" atacan a Ponnyboy y a Johnny, y este, en un momento de desesperación, apuñala a uno de los agresores para salvar a su amigo. Asustados, conscientes de la gravedad del asunto buscan la ayuda de Dallas, que les aconseja que se escondan en una iglesia abandonada donde poco después los tres se convierten en héroes, al salvar a un grupo de niños de un incendio, gesto heroico que no evita que Dallas y Johnny estén condenados por ese entorno donde nunca han encontrado más afecto y amor que el de sus amigos, que para ellos es mucho, pero quizá insuficiente para sobrevivir y encontrar la salida a la agonía emocional que padecen, a la que se suma la física después de la hazaña de la que se hacen eco la prensa.


Durante su convalecencia en el hospital, Johnny, quien con anterioridad había pensado en el suicidio como escape a su sufrimiento, descubre aspectos vitales que merecen ser vividos y, aunque para él ya no exista posibilidad, sí la hay para su querido Ponnyboy, a quien dedica sus últimas palabras: <<por favor, sigue siendo dorado. Sé de oro>>, palabras que invitan a mirar la vida como el amanecer y la puesta de sol que ambos descubren con ojos de niños, contemplando la hermosura del momento, de una belleza plástica que parece añejarles del odio, la violencia, el temor y las imposiciones sociales, ajenas a ellos, ese oro es el brillo de la inocencia, siempre viendo el lado bueno de las cosas, de la que habla Johnny en su carta de despedida: <<Ponnyboy, le he pedido a la enfermera que te dé este libro, para que lo acabes. Valió la pena salvar a los niños. Sus vidas valen más que la mía. Tienen motivos para vivir. Dile a Dallas que no me arrepiento. Os voy a echar de menos. He pensado en ese poema, el que escribió aquel tipo. Significa que eres oro cuando eres niño, como la hierba. Cuando eres niño todo es nuevo, como el amanecer. Lo mismo ocurre con la puesta de sol. Es oro. Haz que siga así. Es bueno ser así. Lleva a Dallas a ver la puesta de sol, seguro que no la ha visto nunca. El mundo está lleno de cosas buenas. Dile que puede empezar a conocerlas. Tu amigo, Johnny>>



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