sábado, 16 de marzo de 2013

Relato criminal (1949)


La precisión del lenguaje cinematográfico de 
Joseph H. Lewis rehuye de artificios para centrarse en los hechos que se detallan en películas como Relato criminal (The Undercover Man, 1949), un excelente ejercicio narrativo que documenta el trabajo de un agente del tesoro desde su cotidianidad laboral, en la cual se descubren sus pesares, las trabas a las que se enfrenta o su plena dedicación a una labor desagradecida que lo aparta de su vida personal, que en el caso de Warren (Glenn Ford) alcanza cotas máximas al entregarse al cien por cien a la caza de un gángster que controla la ciudad gracias al soborno, a la extorsión y al asesinato. Por lo que se percibe de ese gángster, a quien no se ve en pantalla, bien podría tener su inspiración en la figura de Al Capone, incluso el agente especial Frank Warren podría ser un ancestro del Eliot Ness de Los intocables, aunque desde una perspectiva más realista que la presentada en la serie o en el film de Brian De Palma, ya que se trata de un contable que basa su trabajo en el estudio de los libros o en las cuentas.


En 
Relato criminal cobra gran relevancia la cotidianidad a la que se enfrenta el trío de agentes del tesoro: sus horas estudiando los libros de cuentas confiscados, su distanciamiento de la vida personal o la dura realidad que descubren al enfrentarse a un sistema con el que chocan, debido al control ejercido por ese jefe del hampa que se define desde las palabras de su abogado (Barry Kelley) o desde los sucesos que dificultan el trabajo de Warren y los suyos. Al comienzo del film se observa a Frank y a Judith (Nina Foch) en una estación de tren donde se comprende que su relación depende de las circunstancias que rodean al trabajo del federal, siendo la esposa una mujer resignada a aceptar su posición secundaria en las prioridades de un individuo que se involucra por entero en su investigación. No obstante Judith se calla sus posibles reproches, asumiendo su condición como parte de su amor hacia su esposo, quien inocentemente espera realizar su cometido en la mayor brevedad posible para regresar a su lado; aunque no tarda en sufrir su primer revés cuando el hombre que le iba a entregar las pruebas es asesinado. Así pues, se encuentra como estaba al principio, sin nada tangible que poder presentar ante un tribunal, ni siquiera puede contar con las declaraciones de los testigos presenciales del homicidio, silenciados ante el temor de posibles represalias. Ese miedo que se percibe en los individuos de la sala de reconocimiento también parece alcanzar a miembros de la policía como el sargento Shannon (John F.Hamilton), en quien se descubre la resignación y la aceptación de una realidad dominada por la corrupción y el poder del hampa. Sin embargo ese mismo sargento, en un gesto final, pone a Warren tras la pista de Rocco (Anthony Caruso), uno de los contables del jefazo. Lo mejor de la película de Joseph H.Lewis se encuentra en su precisión narrativa, que permite economizar el tiempo y presentar alternativas ingeniosas para dar información casi documental sobre los aspectos laborales que rodean a los tres contables que pretenden llevar al criminal ante la justicia. Gracias a esa minuciosa exposición se pueden descubrir cuestiones como el terror que el hampa emplea para controlar el entorno, la corrupción o el tiempo que los agentes del tesoro dedican a una labor que parece no obtener recompensa, ni en los primeros seis meses de investigación (el arrebato de desesperación en el agente Pappas (James Withmore) informa del paso del semestre) ni en los siguientes seis (tiempo que transcurre entre las dos visitas de Warren al hogar de Rocco).

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