miércoles, 20 de marzo de 2013

Tierras lejanas (1954)


La última colaboración de Anthony Mann y el guionista Borden Chase, con quien había trabajado en Winchester 73 y Horizontes lejanos, resalta el talento de ambos a la hora de exponer la lucha interna de individuos marcados por su pasado, por su presente y por el espacio que transitan. Similar a los de sus westerns anteriores, el medio por donde deambulan los personajes de Tierras lejanas (Far country) resulta esencial para comprender sus decisiones y sus comportamientos, que se desarrollan condicionados por un entorno salvaje donde los obstáculos naturales y la fuerza bruta rigen sus destinos. Esta cuestión ya habría sido experimentada por Jeff Webster (James Stewart) antes de su llegada a Seattle, desde donde pretende transportar su ganado hasta las lejanas tierras de Alaska. Las primeras imágenes desvelan su personalidad solitaria. Se trata de un individuo que va a lo suyo, sin más relación emotiva que la amistad que le une al viejo Ben (Walter Brennan), aunque no tarda en sentir atracción por Ronda Castle (Ruth Roman), cuando la joven lo ayuda después de ser acusado del asesinato de dos hombres. Este prefacio muestra las constantes que marcan el deambular del antihéroe a lo largo de la película, descubriéndose como alguien que ha perdido cualquier atisbo de solidaridad, puede que por hechos puntuales de un pasado desconocido, pero que se intuye. Su individualismo y su falta de consideración hacia los problemas ajenos se remarcan en sus posteriores encuentros con Renée (Corinne Calvet), la joven a quien conoce en Skagway, villa donde la justicia es impartida de un modo un tanto peculiar por Gannon (John McIntire), autoproclamado juez y verdugo, que emplea su posición de representante del orden para enriquecerse, similar al Roy Bean encarnado por Walter Brennan en El forastero (The Westerner; William Wyler, 1940), como demuestra su decisión de confiscar el ganado de Webster y Ben a cambio de absolver al primero de las dos muertes de las que se le acusó en Seattle. Como consecuencia de la ambición desmedida del agente de la ley los dos amigos se quedan sin más opción que aceptar el trabajo de guía que les ofrece Ronda, aunque Jeff no tarda en regresar al pueblo para recuperar sus reses. Durante el itinerario hacia la frontera canadiense se perfilan hechos, se profundiza en los personajes y se descubre en la fiebre del oro la fuerza motriz que empuja a hombres y a mujeres en su avance por un territorio nevado que resulta una trampa mortal. El recorrido por la cordillera potencia el individualismo de Jeff, centrado en exclusiva en alcanzar su meta y solo la intervención de sus compañeros de aventura logran convencerlo para que ayude al grupo que sufre los estragos de una avalancha. El avance por la montaña resalta la excelente fotografía, fiel reflejo de la grandeza del espacio que lleva a los viajeros desde Skagway hasta Dawson, en el extenso territorio del Yukon canadiense. Allí se descubre a un grupo de hombres y mujeres hablando sobre la presencia de asesinos y de ladrones en las cercanías; sin embargo, aparcan sus temores cuando contemplan el ganado como la promesa de un cambio en el menú, aunque a Jeff poco le importa y lo vende al mejor postor, que resulta ser Ronda. La aventurera se descubre tan individualista como el antihéroe interpretado por Stewart, posiblemente porque también a ella le persigue un pasado que no puede olvidar, el mismo que ha provocado su desconfianza y su afán por enriquecerse a costa de perder su moralidad y de asociarse con Gannon. Durante la estancia en el poblado, el solitario se mantiene firme en su alejamiento de cuanto no sean sus intereses; busca oro para obtener un beneficio rápido, planea su marcha, y la de su socio, en secreto para evitar a los asaltantes, pero, sobre todo, se aísla de todos, Ben incluido, rechazando cualquier proximidad emocional o negándose a ayudar a los mineros cuando estos le piden que se convierta en el representante de la ley y evite que se apoderen de sus concesiones mineras.

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