domingo, 10 de marzo de 2013

Ulises (1954)


<<Ya en sus casas se hallaban los héroes que habían podido evitarse la muerte, escapar de la guerra y las olas, y, anhelando el regreso y la esposa, tan sólo él quedaba; lo tenía en su gruta la ninfa Calipso, la augusta, pues la diosa quería que fuera su esposo. Mas, al fin, cuando hubieron cerrado sus ciclos los años, llegó el tiempo que, para el regreso a su patria, Ítaca, decretaron los dioses; empero, ni en ella ni en brazos de los suyos debían cesar sus trabajos. Los dioses le tenían piedad, pero no Poseidón que sentía ira contra el divino Odiseo hasta verlo en su tierra.>>


Homero: La odisea.


El héroe homérico “nace” para acercarse a la divinidad olímpica, compuesta por deidades viscerales, caprichosas y cercanas que juegan con las vidas de esos guerreros legendarios cuyas gestas cantadas suenan en veladas festivas de villas donde más de un oyente presume verse reflejado en ellos. Pero es solo su deseo, nadie salvo en el sueño infantil puede parecerse a los heroicos aqueos y troyanos que combaten a las puertas de la hermosa ciudad de Príamo, puesto que, aunque sean mortales, no son mortales corrientes. Lo quieran o no, son héroes condenados a serlo, héroes a merced del destino contra el que luchan aun conscientes de que su suerte depende del capricho divino y no de su bravura, ni de su valor ni de su inteligencia. Pero aún así no desesperan y esa es la heroicidad, la que incluso les permite derrotar brevemente a los dioses y a las diosas que les observan entretenidos o que bajan del Olimpo para intervenir cuando algo no resulta de su agrado o les agrada demasiado. Generalmente, este o aquel héroe es el favorito de algún dios o diosa, cuando no el fruto de sus relaciones consentidas o forzadas con mortales. Por eso mismo, aparte de lo divertido que les resulta jugar con los hombres y las mujeres, alguna intervención divina puede cambiar la suerte del héroe y convertirle en loco o en el antihéroe heroico, aquel que pierde el favor olímpico. Esto mismo le sucede a Ayax cuando su frustración y el capricho de la diosa Atenea provocan la locura que se adueña de él y que desata su violencia contra un rebaño que confunde con los suyos, hasta que regresa en sí y no puede sobrellevar la vergüenza que le empuja al suicidio. Ahí yace Ayax el héroe, quien se creía merecedor de las armas de Aquiles, que los nobles griegos entregan a Ulises; y ahí también besa el polvo el Ayax antihéroe, el derrotado por la locura que le ciega la razón y el castigado por los dioses. ¿Pero cuál es su pecado? Para las deidades el pecado se reduce a ir contra su voluntad o contras sus gustos del momento; es decir, no son objetivos y juzgan según les afecte y así deciden el trágico destino del héroe que buscando la gloria alcanza la locura o, ya en el caso de Ulises/Odiseo, años de vacaciones al lado de Calipso y su largo regreso a Itaca. ¿Por qué la abandona? Por aburrimiento, que es el mismo motivo que de joven le llevó a vivir decenas de viajes y aventuras, mucho antes de acudir a Troya, adonde inicialmente no desea ir. Ulises, más que por cualquier promesa hecha y por él propuesta, actúa para sentirse vivo, adicto al reto que le exige y le permite desarrollar sus muchos ardides y sus no pocas mentiras. Ese es Odiseo, el hombre de acción que regresa a casa no por echar de menos a Penélope, sino por vivir una penúltima aventura antes de que le alcance la vejez y la mortalidad que, por su condición divina, Circe (que le promete la inmortalidad si se queda a su lado, permanencia eterna que un hombre de acción, siempre en necesidad de movimiento, no puede aceptar) no sufrirá jamás. Ulises regresa porque necesita hacerlo por él mismo, en su vano intento de recuperar la juventud perdida y por sentir que la vida, la emoción de vivir, circula por cada célula de su cuerpo; no retorna por la idea romántica de volver, tras veinte años de ausencia, a los brazos de la mujer que aguarda rodeada de pretendientes gorrones, quizá amantes secretos, puesto que Penélope también necesita sentirse viva y es rica en ardides y engaños, tejiendo de día y descosiendo de noche.


Pero lo arriba escrito solo es una interpretación más de la mitología griega, fuente para aventuras y fantasías cinematográficas. Algunas tienen su origen en los poemas homéricos 
La Iliada y La Odisea, dos obras que marcan el nacimiento de la épica y de los héroes que, desde entonces, han servido de fantasiosa inspiración para tantos. Por ejemplo, el poema épico que narra el retorno de Odiseo a su hogar fue la inspiración del film dirigido por Mario Camerini y producido por Carlo Ponti y Dino de Laurentiis, dos figuras claves dentro de la cinematografía italiana de la segunda mitad del siglo XX. Ponti y De Laurentiis reunieron un reparto internacional encabezado por Kirk DouglasSilvana Mangano y Anthony Quinn, en el papel de Antinoos, el líder de los pretendientes que atosigan a la fidelísima esposa del héroe. Penélope (Silvana Mangano) observa desde la desesperación y la tristeza como su hogar se encuentra abarrotado de hombres que pretenden su mano para acceder al trono de Itaca. Sin embargo, ella no desea un nuevo enlace, dominada por el recuerdo del hombre amado y por la soledad de dos décadas de espera por un esposo que no regresa. Diez años han pasado desde que los muros de Ilion se derrumbaron ante los ejércitos argivos, pero no por la fuerza, sino por la astucia de Ulises (Kirk Douglas), capaz de urdir la treta que provocó la caída de los troyanos cuando estos aceptaron aquel famoso presente en forma caballo de madera que ocultaba guerreros aqueos en su vientre. De ese modo, los griegos engañaron a los troyanos y arrasaron su rica ciudad. La guerra llegó a su fin, el saqueo fue un hecho y la vuelta al hogar de los héroes supervivientes griegos se convirtió en realidad —trágica en casos como el de Agamenón—, salvo para Odiseo, quien no tardó en sufrir la ira de Poseidón. Durante largo tiempo, Ulises estuvo confinado en la isla de la ninfa Calipso, para posteriormente arribar a Feacia, en cuya costa Camerini presenta a su héroe desmemoriado, puesto que ignora quién es y de dónde viene. Aquellos que le observan descubren en el desconocido un comportamiento regio, que rezuma fuerza y astucia, las mismas armas que utiliza a lo largo de las analepsis que, sustituyendo las entrevistas de su hijo Telémaco en la obra homérica, sirven para que el público conozca las andanzas del desmemoriado y este recupere su identidad.


Tras un tiempo indeterminado, en el que Nausica (Rossana Podesta) se enamora de él, las imágenes surgen en la mente del hijo de Laertes y Anticlea; se ve abordo de una nave que no tarda en detenerse en la isla de Polifemo, el cíclope hijo de Poseidón, que les retiene en su cueva hasta que logran escapar gracias a las artimañas de un hombre que maneja el ingenio y la mentira mejor que cualquier otro mortal. Ulises no teme a los dioses como tampoco duda al enfrentarse a sus designios, aunque, como héroe griego, no destaca por su bravura en combate, característica más cercana a Aquiles, Ayax o Diomedes, lo suyo es la astucia, aunque no por ello deja de ser diestro con las armas, como comprobarán los pretendientes cuando se presente en su palacio de Itaca. Ulises (Ulisse, 1954) bebe del poema épico de Homero, aunque como en cualquier adaptación la fuente literaria sufre alteraciones, recortes o añadiduras que se encuentran al servicio de la filmación o de los intereses de guionistas, productores y directores, aún así mantiene aspectos del relato original, pero relega a Telémaco (Franco Interlenghi), hijo del héroe, al ostracismo, del mismo modo que prescinde de la presencia de los dioses (Atenea se presenta ante Telémaco al inicio del texto homérico) en una aventura que enfrenta a Ulises con el gigante de un solo ojo, con las sirenas, seres fabulosos de melodiosas voces, y con su estancia en los dominios de Circe (Silvana Mangano), la deidad que le ofrece la inmortalidad que rechaza para poder regresar a su hogar y a los brazos de la casta Penélope.

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