miércoles, 3 de abril de 2013

Un lugar en el mundo (1992)



Desde su presente, Ernesto (Mariano Ortega) deja que sus recuerdos viajen al pasado para evocar las figuras de su padre (Federico Luppi), de su madre (Cecilia Roth) y de Nelda (Leonor Benedetto), aquella monja solidaria, progresista y humanista que formó parte de sus vidas. Durante este flashback, que ocupa la práctica totalidad de Un lugar en el mundo, también rememora aquel entorno dominado por las diferencias sociales que Hans Mayer (José Sacristan), un geólogo hispano-alemán, observa cuando irrumpe en sus vidas con la excusa de realizar un supuesto estudio petrolífero. Desde su primer contacto con la familia del muchacho surge un reconocimiento mutuo entre ellos, un reconocimiento que posibilita la amistad que florece mientras se desvelan sus filosofías vitales, que, a pesar de parecer contrarias, resultan cercanas, salvo por el hecho de que Hans ha perdido el idealismo que mana de sus nuevos amigos. Mediante las conversaciones que mantienen los adultos se descubre que Mario y Ana regresaron de España años atrás, adonde habían huido como consecuencia de la dictadura militar que dominaba la nación, pero de nuevo en su país natal intentan materializar su sueño de mejora social mediante una cooperativa que lucha por defender los intereses de los ovejeros ante los abusos de los grandes terratenientes. Pero Ana y Mario también se dedican a otras cuestiones sociales; él educa a los niños que acuden a la escuela, en busca de la comida que les ofrece el matrimonio; mientras, ella se dedica al cuidado de la salud de los vecinos. El film de Adolfo Aristarain capta y transmite los sentimientos que afloran en los personajes mientras surgen la amistad y la imposibilidad que transitan paralelas a la maduración del niño que, ya de adulto, recuerda aquellos momentos de su pasado, cuando su padre halló la oportunidad de expresar aquello que llevaba en su pensamiento y en su corazón, pero también indaga en aspectos como la falta de oportunidades para niños y niñas como Luciana (Lorena del Río), quien desde temprana edad asume una condición que le imposibilita un futuro distinto al de sus padres, perpetuando de ese modo la diferencia social heredada de padres a hijos contra la que Mario lucha empujado por su idealismo utópico. A través de Ernesto niño (Gastón Batyi) se descubre aquello que le rodea: su primer amor, su amistad hacia Hans o el estéril enfrentamiento que su padre mantiene contra un sistema dentro del cual ni el individuo ni el colectivo parecen importar, solo los beneficios que se generen y que amenazan con destruir la ilusión de Mario, la misma que Hans no posee y que le ha impedido encontrar su lugar, posiblemente porque su desencanto ha aumentado con el paso de los años. No obstante, existe cierto aire romántico en la figura del extranjero que atrapa la atención de Ana, enamorada de ese desconocido que muestra un comportamiento distinto al de su marido, a quien Hans admira y aprecia, sensaciones que imposibilitan que entre Ana y él surja una relación que vaya más allá del amor platónico.

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