domingo, 19 de mayo de 2013

Dos hombres y un destino (1969)



Dejando a un lado los gustos y la sorpresa que me produce que a menudo se cite a Dos hombres y un destino (Butch Cassidy and The Sundance Kid, 1969) por delante de clásicos del western de mayor valía (es probable que por desconocimiento), no me parece descabellado afirmar que este popular film de George Roy Hill se ha mitificado más allá de sus aportaciones al género y de sus virtudes cinematográficas, que las tiene. Su estatus populista, del que disfrutó y disfruta, se debe en buena medida a la presencia delante de las cámaras de dos actores del gancho comercial, de la presencia y del carisma de Paul Newman y Robert Redford, protagonistas de este western que se supone crepuscular, pero que semeja carente de la fuerza de las mejores producciones del subgénero que marcaba la decadencia de un género que, entre otros, John FordHoward HawksRaoul WalshWilliam A. WellmanJohn SturgesAnthony Mann o Budd Boetticher hicieron grande. Desde una irregular sucesión de hechos, Dos hombres y un destino narra los últimos momentos de dos forajidos que se presentan en un prólogo durante el cual se descubre que Sundance (Robert Redford) es un pistolero rápido en el manejo del revólver, mientras que Butch Cassidy (Paul Newman) resulta un tipo con sentido del humor, rápido en ideas y palabras. Tras su presentación se dan unas cuantas pinceladas de la relación que mantienen entre sí, con su entorno y con Etta (Katherine Ross), el tercer personaje en importancia del film, con quien Butch protagoniza la empalagosa e innecesaria escena en la que se les observa montados sobre una bicicleta mientras se escucha Rain Drops Keep Falling on My Head, canción que pone la guinda al empacho y que resultó un éxito comercial tan grande como la película. Uno de los momentos más y mejor desarrollados por George Roy Hill se produce después de que la banda liderada por Butch cometa dos asaltos consecutivos al mismo tren, iniciándose la persecución que sirve para descubrir algo ya sabido, que en ese entorno no existe lugar ni para Cassidy ni para Sundance. Dos hombres y un destino alcanza su mitad mostrando un interludio fotográfico en el que se retrata a los tres personajes principales en Nueva York, mientras disfrutan de su espera, antes de embarcar hacia un nuevo comienzo en Bolivia, país al que Butch hace referencia durante la primera parte del film, consciente de que en su oeste ya no queda espacio para ellos. En la nación andina se inicia la nueva etapa de los forajidos, también al margen de la ley, pues asaltar bancos o trenes es lo único que saben hacer. Sin embargo no tardan en comprender que el momento de dejarlo ha llegado y se convierten en lo opuesto a lo que habrían sido hasta entonces, pero sin encontrar demasiada diferencia entre posicionarse a un lado o a otro de la ley, ya que la violencia siempre está presente. Dos hombres y un destino toma aspectos de otros westerns como Tierra de audaces, pero no por ello deja de resultar un film convencional en él prima lo estético y lo comercial sobre el contendido de una historia que no llega a funcionar del todo, salvo en algún momento de la huida de Butch y Sundance, cuando ambos comprenden que su destino se encuentra lejos de un territorio donde los tiempos han cambiado, realidad que provoca su búsqueda de un espacio donde encajar, pero encontrándose con el final que Etta les asegura que no piensa presenciar.

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