sábado, 4 de mayo de 2013

West Side Story (1961)


Si
Shakespeare levantase la cabeza y viera en Broadaway el musical estrenado en 1957 o en cine el West Side Story (1961) realizado por Robert Wise y Jerome Robbins podría decir que no reconoce en ellos la tragedia de Romeo y Julieta (como tampoco reconocería la suya el primero que la narró), no en vano los protagonistas se llaman Tony (Richard Beymer) y María (Natalie Wood). Además, los Montesco y los Capuleto se han convertido en los Jets y en los Sharks, pandilleros que se pasan el día cantando o danzando, y si tienen tiempo se pelean entre ellos por una cuestión racial. En un hipotético caso, también podría descubrir que estos personajes no pretenden la profundidad emocional de los protagonistas de la Verona que él había ideado siglos atrás, escenario de la intolerancia que imposibilita el amor entre dos jóvenes que comparten un destino similar al de María y Tony. Pero esas diferencias son explicables, ya que ni Wise es William Shakespeare ni West Side Story pretende ser Romeo y Julieta, y menos aún el siglo XX podría pasar por el último tramo del XVI, una época en la que a nadie se le ocurriría realizar un musical que actualiza el drama desarrollando la trama en las calles de Nueva York, donde se descubre el rechazo racial entre puertorriqueños e hijos de hijos de emigrantes europeos. A decir verdad, por las calles de este West Side de decorado no asoma ningún nativo norteamericano de pura cepa, pues la mayoría de aquellos pueblos habían dejado de existir como tal tiempo atrás, convertidos en minoría racial. Este hecho lleva a pensar que las diferencias entre las bandas no son más que fruto de la intolerancia, la marginalidad y la ceguera que les domina. Así, como quien no quiere la cosa, ambas facciones se presentan y enfrentan por calles del west side, al compás de la ya míticas partitura de Leonard Bernstein y letras de Stephen Sondheim, y danzando la coreografía de Jerome Robbins, co-director de este musical que dio nuevos bríos a un género que había vivido días felices de la mano de Mark SandrichVincente Minnelli o Stanley Donen, y por supuesto de los pies de Fred Astaire y Gene Kelly.


En la década de los sesenta el musical era un género en declive y los pocos que veían la luz solían basarse en éxitos de Broadway, como es el caso de este largometraje, cuya adaptación cinematográfica del libreto de Arthur Laurents corrió a cargo de 
Ernest Lehman, el mismo que un par de años atrás había escrito el guión que Alfred Hitchcock hizo imagen en Con la muerte en los talones (North by Northwest, 1959). Los tiempos cambian, pero no las emociones o pensamientos de los seres humanos, cuestión que queda patente en la estúpida rivalidad o en el amor a primera vista, que nace del encuentro casual entre María y Tony, cuando ambos acuden al baile donde los pandilleros muestran una vez más sus dotes musicales. De ese modo se comprende que estos tíos poco tienen de aquel Salvaje (The Wild One, Laszlo Benedek, 1952) interpretado por Marlon Brando o del adolescente al que dio vida James Dean en Rebelde sin causa (Rebel without Cause, Nicholas Ray, 1955), iconos del joven rebelde y fuente de inspiración de tantos otros adolescentes cinematográficos que no encuentran su camino, y que se dejan arrastrar, como en el caso de los Shark y de los Jets, por la violencia que acaba con la trágica muerte de sus líderes: Bernardo (George Chakiris) y Riff (Russ Tamblyn), hecho que provoca el inicio del fin para la desgraciada pareja de enamorados. West Side Story también marcó tendencia, sin ella posiblemente Greese (Randall Kleiser, 1978) no hubiese existido tal y como se conoce o los pandilleros del Rebeldes (The Outsiders, Francis Ford Coppola, 1984) habrían sido de otra manera; así es el cine, y así es el arte, unos van primero y otros después, pero gracias a esa cadena se produce la evolución (a veces involución) que satisface los gustos y las tendencias de autores y espectadores del momento, que se alejan de los de aquella época en la que el teatro moderno dio sus primeros pasos de la mano de escritores como Shakespeare o Lope de Vega, dos figuras clave que precedieron a muchos que vendría después y muchos más que aún están por llegar.

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