lunes, 24 de junio de 2013

Un profeta (2009)


En Un profeta (Un phrophéte, 2009) 
Jacques Audiard delimitó a la perfección un entorno violento y corrupto que fuerza la necesidad de adaptación que implica la pérdida de inocencia del joven protagonista, capaz de planear sus pasos desde el descubrimiento, la comprensión y la aceptación de la criminalidad que le rodea y de la que se aprovecha desde su relación con Cesar Luciani (Niels Arestrup), una relación que le proporciona los contactos que le permitirán alcanzar la posición de fuerza que ostenta hacia final del film, cuando ya no queda el menor atisbo de aquel imberbe a quien se observa por primera vez en el patio de la prisión donde se convierte en un auténtico criminal, y la película de Audiard en una de las propuestas más interesantes de la cinematografía francesa de la primera década del siglo XXI gracias a su contundencia narrativa y al realismo con el que se expone el ascenso de un ladrón de poca monta dentro de un espacio carcelario donde sobrevive debido a su capacidad de aprendizaje y de adaptación. En ese ámbito se descubre a Malik El Djebena (Tahar Rahim), aunque, en realidad, resulta un enigma, ya que poco se sabe del crimen que lo ha llevado hasta el centro penitenciario donde, desde su inocencia inicial, asume que su aprendizaje para poder convivir (y sobrevivir) con criminales que, en su mayoría, pertenecen a grupos organizados. Para su desgracia, no tarda en descubrir que un grupo de corsos maneja los hilos dentro del correccional. Ellos son los auténticos dueños de la prisión gracias al soborno y a la coacción, por lo que los celadores hacen la vista gorda ante sus negocios y crímenes, e incluso permiten que Malik se convierta en la marioneta de Cesar, el capo corso que le ofrece escoger entre asesinar o ser asesinado por no hacerlo.


A pesar de su inocencia, de su escaso bagaje cultural y de su rechazo, el joven reo es consciente de su elección, aunque para él no resulta sencillo hacerlo, pues no es un asesino, sino la víctima de las circunstancias en las que se encuentra. Desde ese instante de violencia y muerte su vida cambia radicalmente, iniciándose su aprendizaje, aquél que marca su estancia entre rejas, desde la observación y el afán por crecer dentro del ámbito opresivo donde se encuentra atrapado. A raíz de su contacto con César y del asesinato al que se ha visto obligado para preservar su vida, el joven delincuente va construyendo su propia personalidad delictiva, consciente de que puede sacar partido de su relación con el líder corso, a quien ve actuar como el señor de todo y de todos sin tener en cuenta que el paso de los años traerá consigo su caída. César se convierte en una especie de figura paterna a ojos de Malik, no en cuanto al trato, siempre duro y distante, sino por las lecciones o conclusiones que el joven saca de su relación; de ese modo el corso se convierte en alguien a quien imitar, pero también de quien evitar errores. El personaje central de
Un profeta gana experiencia desde su silencio y desde el estudio del comportamiento de quienes le rodean, a la espera de que llegue su momento, que se confirma cuando Cesar se queda solo en el correccional y le convierte en parte vital de sus negocios, tanto dentro como fuera del correccional. Malik utiliza su ascenso para su propio beneficio, asociándose con Jordi (Reda Kateb), con quien empieza a distribuir drogas en el presidio, y posteriormente en el exterior gracias a la colaboración de su (único) amigo Ryad (Adel Bencheriff), el compañero que durante su estancia en presidio le había enseñado a leer.

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