viernes, 26 de julio de 2013

Ocho sentencias de muerte (1949)


Durante la Segunda Guerra Mundial la Ealing Studios realizó sobre todo documentales y bélicos propagandísticos, como parte de un convenio con el gobierno de Winston Churchill. Pero en 1944, con la contienda favorable a los aliados, las desavenencias con el ejecutivo y la preocupación por el futuro económico de la empresa convencieron a Michael Balcon para llegar a un acuerdo con el todopoderoso J. Arthur Rank. De este modo conseguía el capital necesario para afrontar la posguerra y continuar al frente del equipo de la casa, que seguiría siendo el responsable del los aspectos artísticos y técnicos de los proyectos posteriores, algunos de los cuales fueron impuestos por Rank, Sin embargo, la major británica financió una producción en la que, inicialmente, Balcon no creía, pero sí su responsable, Robert Hamer, que llegó a enfrentarse al mandamás del estudio para poder llevar a cabo una de las mejores comedias negras de la historia del cine británico. Ocho sentencias de muerte (Kind Hearts and Coronets, 1949) no fue un éxito instantáneo, tendrían que pasar años para que fuese reconocida como la obra maestra que es, incluso Michael Balcon se desdijo y aseguró que era una de las mejores películas que había producido, y no le faltaba razón. 
El humor negro empleado por Robert Hamer alcanza cotas pocas veces igualadas, desprende ironía, diversión, crítica y elegancia, además de la subjetividad que nace del enfoque de su narrador, cuya voz nos guía a lo largo de los minutos hasta prácticamente el instante final de un film en el que se observa el enfrentamiento entre clases sociales, el grande y el pequeño, casos como el de la Ealing y la Rank Organisation, el autor y el productor, el ciudadano medio y el poderoso o el de Louis Mazzini (Dennis Price) y los d'Ascoyne, el primero un plebeyo y los segundos miembros de la alta aristocracia interpretados por un camaleónico y siempre genial Alec Guinness.


El enfrentamiento de contrarios asoma en Ocho sentencias de muerte en la lucha de clases que arranca en una prisión donde se descubre a un verdugo (Miles Mallerson) que habla de retirarse después de su próxima ejecución, pues en ella ve cumplido el sueño de cualquier miembro de su profesión, ya que su cliente no es un criminal corriente, sino el aristocrático X Duque de d'Ascoyne, a quien observa a través de la pequeña abertura que hay en la puerta de la celda. Y al igual que el público, allí descubre al condenado, tranquilo, como si estuviese escribiendo algo, que el propio duque confirma como sus memorias, las mismas que comparte con el espectador y que nos retraen al pasado, al momento de su nacimiento, cuando ante tal evento su padre (Dennis Price) fallece como consecuencia de la impresión. Mazzini, empleando su apellido paterno, nos habla de su madre (Audrey Fildes), miembro de la familia d'Ascoyne, y de cómo  fue rechazada por enamorarse y casarse con un tenor italiano que, para mayor oprobio familiar, resultó ser un plebeyo. De ese modo, Louis y su madre pasaron unos años difíciles durante los cuales la pobre señora Mazzini hubo de sacrificarse al tiempo que enseñaba a su hijo, y le hablaba de la posibilidad de acceder al ducado al que tendría derecho si falleciesen los demás miembros de la familia. En aquel momento, el joven muchacho no pensaría en facilitarse él mismo la corona ducal, sin embargo, el rechazo y altivez de la rama noble de la familia, unido al deceso de su venerada progenitora y al rechazo de su enamorada, Sibella (Joan Greenwood), por falta de medios económicos le convencen para llevar a cabo el proyecto de eliminar a los ocho d'Ascoyne que le separan del ducado.


En la familia nobiliaria el parecido físico de sus miembros es innegable, todos ellos poseen los rasgos de 
Alec Guinness, pues fueron interpretados por este emblemático y carismático actor, uno de los iconos de la Ealing y del cine anglosajón. Así pues, desde el momento que Louis decide acabar con su familia, la misma que rechazó y condenó a su madre a vivir en el mundo de los plebeyos, se suceden las muertes y se confirma la escalada social de un joven que asegura no querer participar en una cacería porque detesta los deportes sangrientos, y sin embargo, no tiene el menor escrúpulo en cargarse a los caricaturescos miembros de este aristocrático núcleo familiar formado por un engreído mujeriego, un viejo banquero, un hombre de la iglesia que no puede evitar su afición al Oporto, dos militares de carrera o una defensora a ultranza de los movimientos feministas. Pero es con Henry d'Ascoyne con quien Louis hace migas, aunque durante poco tiempo, pues aquél no tarda en fallecer dejando tras de sí a una joven y hermosa viuda (Valerie Hobson) que posee muchas de las cualidades que no se descubren en la pérfida, ambiciosa y encantadora Sibella, que ha preferido casarse con el aburrido Lionel (John Penrose) que aceptar la propuesta de su divertido y pobre admirador. El triángulo amoroso desvela que Louis desea a ambas mujeres, quizá porque las dos forman la mujer perfecta. Y a pesar de las imposiciones sociales, que no le permiten tenerlas a ambas, se las arregla para que, momentáneamente, así sea. También se las ingenia para escalar dentro de la sociedad y alcanzar el puesto de privilegio que ostenta cuando la película regresa al presente y se le descubre en la celda a la espera de su ejecución, ya convertido en un miembro más de esa clase social a la que odiaba.

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