viernes, 2 de agosto de 2013

El poder de la mafia (1962)


El viaje que plantea El poder de la mafia (Mafioso, 1962) transita en sentido inverso al movimiento migratorio interior en la Italia del Desarrollo. Parte del norte industrializado, urbano, cosmopolita, y alcanza el sur rural, tradicional, primitivo. Son dos espacios que chocan, uno bajo la sombra alpina y el otro bañando por la calidez mediterránea, dos mundos en el mismo país, pero, en costumbres y pensamiento, a años luz el uno del otro. Nada tiene que ver el Milán donde se inicia el film con el pueblo siciliano donde se desarrolla la práctica totalidad de la trama. La capital lombarda es centro económico e industrial de primera magnitud, también más frío y ordenado que el pueblo meridional adonde se traslada esta comedia que, en un primer momento, iba a ser dirigida por Marco Ferreri. En compañía de Rafael Azcona, el italiano, presumiblemente, realizaría el proyecto trasladando a Italia la acidez, la ironía y la negrura de sus dos colaboraciones en España: El pisito (1958) y El cochecito (1960). Sin embargo, la presencia de Alberto Sordi al frente del reparto —lo que suponía que el personaje central fuera más cercano a las medianías y mequetrefes magistralmente interpretados por Sordi, que a la caricatura del hombre atrapado y empujado adonde no quiere ir—, convenció a Ferreri para ceder la dirección a Alberto Lattuada. Esta circunstancia provocó un film distinto, posiblemente uno menos corrosivo, perverso y esperpéntico, aunque resulta evidente que mantiene el hombre atrapado y el humor negro que, en buena medida, apunta al planteamiento de Ferreri y Azcona, que sería completado por las aportaciones de Age & Scarpelli. El resultado es una sátira mordaz que se desarrolla a través de la imposibilidad de Antonio Badalamenti (Alberto Sordi), trabajador especializado, deseoso de complacer a sus superiores y de demostrar a sus subordinados que una labor bien hecha es sinónimo de satisfacción personal. Así se le descubre en la fábrica de coches de Milán donde trabaja; eficaz, preciso, siempre dispuesto a sacrificarse por y para la empresa. Además, Antonio, “Nino” para los amigos sicilianos, del Antonino de su infancia, es un hombre de familia, casado con Marta (Norma Bengeli), milanesa de pura cepa, y padre de dos niñas rubias como la madre. Sin embargo, este individuo de tez morena y bigote más poblado que el de su hermana Rosalia no es lombardo, aunque lleve ocho años adaptado a la vida civilizada del norte, más progresista y liberada que la tradicional en la que se ancla su Sicilia natal, por donde no se deja ver desde que emigró, pero esto está a punto de cambiar, pues allí pasará sus vacaciones y, aprovechando esta circunstancia, su superior cuenta con él para que le entregue personalmente un presente a don Vincenzo (Ugo Attanasio).


Con la llegada a tierras sicilianas,
El poder de la mafia aumenta su humor negro, y lo hace para mostrar las diferencias existentes entre el norte y el sur, sobre todo en el choque cultural que surge entre Marta y la familia de su marido, conservadora y guardiana de una tradición en la que también hay cabida para los hombres de honor como don Vincenzo, a quien todo el pueblo respeta y teme, y con quien Antonio contrae una deuda que, quiera o no, tendrá que pagar. A lo largo de la estancia de los milaneses en la isla se descubre la emoción que inicialmente embarga al hijo pródigo, como consecuencia de su retorno a la tierra que le vio nacer y crecer, pero poco a poco ésta se convierte en una especie de cerco que se cierra sobre él, descubriendo que siempre ha estado atrapado en esas raíces ante las cuales, sin desearlo, claudica como consecuencia del poder de la mafia a la que debe un favor que inevitablemente debe corresponder. Y de ese modo sus idílicas vacaciones, que solo a él agradan, se transforman en parte de la pesadilla que creía haber dejado atrás, cuando decidió abandonar la isla e instalarse en Milán.


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