viernes, 16 de agosto de 2013

Las manos de Orlac (1935)


A principios de la década de 1910 Karl Freund inició su andadura en el cine, medio en el que destacó como uno de los grandes directores de fotografía, trabajando en obras maestras del calibre de El último (Friedrich W.Murnau, 1924), Tartufo, (Fredrich W,Murnau, 1926), Metrópolis (Fritz Lang, 1926), Drácula (Tod Browning, 1931) o Cayo Largo (John Huston, 1948). Pero, además de la labor que le dio prestigio, este cineasta también se dedicó a la realización, debutando en 1921 con Der tote Gast y concluyendo su periplo en 1935 con Las manos de Orlac (Mad Love), aunque continuaría ejerciendo la función que le dio fama  Al igual que muchos de sus compatriotas, Freund emigró a Hollywood donde, entre otras, dirigiría dos clásicos del género de terror: La momia y esta historia que once años antes había sido trasladada a la pantalla por Robert Wiene, para quien fotografió El Golem (1920). La versión de Las manos de Orlac (Mad Love) realizada por Karl Freund denota ciertas influencias del expresionismo alemán en los decorados (las escaleras o la consulta del doctor Gogol (Peter Lorre) se antojan desproporcionadas), en la abundancia de sombras o en la presencia detrás de las cámaras del propio cineasta, que sin duda fue una de las figuras claves del movimiento germano. Sin embargo, esta primera versión sonora se aleja de la silente, sobre todo por la importancia que adquiere el personaje del cirujano, que al contrario que en su precedente expresionista se erige en protagonista de la función, debido al amor obsesivo que en él despierta la actriz Yvonne Orlac (Frances Drake). Como consecuencia, la imagen del galeno evoluciona hasta encajar en el perfil del científico enloquecido por su obsesión, como sucede con el de El doctor Frankenstein (James Whale, 1931), film que influyó en las producciones de terror de los años treinta. La participación de Peter Lorre, encarnando al prestigioso cirujano, ensalza la ambigüedad de su personaje; por una parte resulta inquietante, aunque por otra no puede evitar la lástima que provoca su transformación, la cual se produce como consecuencia de la imposibilidad de acceder a Yvonne, a quien, en su soledad, sustituye por una figura de cera idéntica al ser real. Inicialmente Gogol, que nada tiene que ver con el autor de Almas muertas, acude al teatro donde cada día observa a la hermosa actriz que se ha convertido en el objeto de su deseo y, sin que él lo asuma, en la fuente de la locura que la musa entreve durante su fiesta de despedida. En ese instante, la perturbación del profesor aumenta al descubrir que la diva abandona la profesión para iniciar una nueva etapa en su vida, al lado del famoso pianista y compositor Stephen Orlac (Clive Colin). Pero lo que se prometía como un matrimonio feliz no tarda en convertirse en una trágica relación, consecuencia del accidente ferroviario que priva a Stephen de sus manos. El siniestro se produce poco después de que Orlac observe a Rollo, el asesino a quien trasladan para su ejecución, sin saber que esas manos expertas en el lanzamiento de cuchillos serán las suyas cuando Yvonne, desesperada y consciente de la importancia que su marido concede a sus extremidades, solicite la intervención del galeno que le provocó miedo y repulsión. Y ante las suplicas de la mujer que le ha robado la razón, Gogol acepta complacerla, aunque para ello deba realizar un trasplante que se antoja imposible. De esa manera Orlac puede disfrutar de un par de manos que, en su ignorancia, cree suyas, hasta que se convierte en un ser desquiciado ante la imposibilidad de volver a tocar, lo cual conlleva la alteración en su comportamiento, airado e incluso violento. Al tiempo que se agudiza el tormento que domina al pianista se contempla la soledad en la que habita el doctor, que parece emular a su paciente, pues toca el piano para la muñeca de cera que representa su deseo (a la que llama Galatea), pero al contrario que ocurre con Frankenstein o Pigmalión, él sabe que no puede darle vida. Las manos de Orlac es un film cargado de frustraciones, marcado por los sentimientos que guían a los tres personajes principales, cada uno de ellos condenado a no alcanzar aquéllo que desean, imposibilidad que crea la sensación de locura que domina a los dos personajes masculinos, cargados de la decepción y de la impotencia que altera tanto la personalidad del médico como la del músico.

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