domingo, 29 de septiembre de 2013

Crónica de un ser vivo (1955)


¿Cómo es posible que dos películas, en apariencia tan distintas, como Godzilla (Gojira, 1954) y Notas de un ser vivo (Ikimono no Kiroku, 1955) encierren un mensaje similar? La respuesta a esta pregunta se encuentra en su presente, cuando las potencias mundiales empleaban el Pacífico como océano de pruebas de bombas nucleares de capacidad destructiva muy superior a las atómicas arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945. Estas detonaciones se realizaban en lugares aislados con el fin de evitar que sus efectos inmediatos y sus posteriores nubes radiactivas (que la acción del viento extendía más allá del área controlada) afectasen a asentamientos humanos. Pero, en marzo de 1954, los tripulantes del pesquero japonés "Fukuryu Maru", cuya historia fue llevada a la pantalla por Kaneto Shindô en Dragón de la suerte número cinco (Daigo-Fukuryu-Maru, 1959), entraron en contacto con una especie de polvo amarillo, compuesto de partículas radioactivas, que les generó trastornos físicos. Esta catástrofe humana, la inmediata retirada de la captura del atún del mercado, unida a la cercanía temporal de la guerra de Corea (1950-1953) y a la posibilidad de que nubes similares alcanzasen las costas japonesas, reavivaron fantasmas pretéritos no superados, que provocaron el estado anímico que explicaría la coincidencia entre la producción de Ishiro Honda y la de su amigo Akira Kurosawa. En ambas películas se llama la atención sobre esta amenaza real, que algunos se empeñaban en no ver, sin embargo sus trayectorias comerciales fueron opuestas, ya que la espectacularidad de Godzilla, el gigantesco saurio que despierta tras una explosión nuclear, atrajo al público a las salas, mientras que la reflexiva e intimista Notas de un ser vivo, también conocida como Crónica de un ser vivo, no lo consiguió, a pesar de que por aquel entonces Kurosawa era considerado el cineasta más importante de su país, más si cabe después del éxito obtenido un año antes con su magistral Los siete samuráis (Shichinin no samurai, 1955). Como consecuencia de su fracaso comercial, los directivos de la Toho decidieron, para no aumentar las pérdidas, no distribuirlo en el extranjero, de modo que no sería hasta 1961, en Berlín, cuando se proyectó por primera vez fuera de Japón, en una retrospectiva de la obra del cineasta, de ahí que sea uno de sus títulos más desconocidos de un cineasta imprescindible.


Pero, como él mismo señaló, <<mis películas surgen de mi propio deseo de decir algo determinado en un momento determinado. La raíz de cualquier proyecto de cine es la necesidad interior de expresar algo. Lo que nutre a esa raíz y la hace transformarse en árbol es el guión. Lo que hace florecer al árbol y dar frutos es la dirección>>. Y 
Notas de un ser vivo floreció de su necesidad de constatar el temor real que expuso desde la intimidad de Nakajima (Toshiro Mifune), un iluminado de setenta años que teme que su vida, y la de los suyos, sea barrida por una hipotética hecatombe nuclear. Esta posibilidad, en la que cree con firmeza, le obliga a actuar para salvar a su familia, que rechaza su comportamiento y aguarda la resolución del tribunal que evalúa sus capacidades mentales. Los familiares no han requerido la vista por el dinero o los bienes paternos; su actuación estaría condicionada por su necesidad de continuar ajenos a cualquier circunstancia que trastoque su cotidianidad, en la que no tienen cabida los miedos paternos que alteran su cotidianidad. Mientras el tribunal delibera se descubre que Nakajima ha planeado hasta el menor detalle. Piensa vender su taller e intercambiar su casa con la de un viejo brasileño, convencido de que en suelo sudamericano una corriente de aire los mantendría a salvo de las radiaciones provocadas por la devastación que consume su pensamiento. Nadie comprende sus pesares ni comparte su preocupación, salvo Harada (Takashi Shimura), el dentista que ha sido escogido para formar parte del tribunal que debe emitir el veredicto sobre su estado mental. Harada no comparte la opinión generalizada, y reflexiona sobre las palabras y los actos del obsesionado, lo cual le permite comprender que los temores de aquel a quien debe evaluar no provienen de un trastorno psíquico, sino de una posibilidad que, por muy remota que parezca, podría dejar de serlo para convertirse en real, porque también él es consciente de vivir al filo de la navaja. La perspectiva escogida por Kurosawa muestra a la familia como un pequeño colectivo que representa a la sociedad japonesa, dentro de la cual se observa la negativa a cualquier posible cambio, lo que implica el rechazo a asumir las responsabilidades que podrían evitar la profecía de Nakajima, cuya certeza de vivir al borde del desastre provoca el miedo que, ante la imposibilidad de proteger a los suyos, se trasforma en su obsesión, en su terror y finalmente en la locura que lo domina durante su reclusión, cuando se cree a salvo en un planeta donde las nubes radioactivas jamás podrán alcanzarle.

2 comentarios:

  1. Notable tu reseña hace cuestión de dos días termine la lectura del libro de John Hersey de 1946 "Hiroshima" así que estamos en sintonía. Recomiendo la lectura de este libro para entender el desastre de la era nuclear sobre el pueblo de Japón.

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    1. Gracias por la recomendación, Marcelo. Intentaré conseguirlo. Hace unos días comenté en el blog “Los niños de Nagasaki”, en la que Keisuke Kinoshita narra los dos días previos, el momento de la explosión atómica y los posteriores.
      Un saludo

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