lunes, 2 de septiembre de 2013

El increíble hombre menguante (1957)



Frente al Cosmos y el Tiempo, los humanos somos tan poca cosa que vernos en nuestro tamaño real, aterra; esa insignificancia se ha ido imponiendo desde la revolución copernicana y alcanza su reinado llegado el siglo XX. El saberse parte minúscula del universo, y empezar a sospechar la inexistencia más allá de la vida, precipita un cambio y una nueva posibilidad, que al tiempo libera y depara la angustia que, a menudo, el consciente, inconscientemente, encierra en uno de los rincones oscuros de la mente y allí queda, bajo sedación de ideologías, de nuevos cultos e ídolos de barro, de sustancias químicas, de bienes de consumo que, en su acumulación, generan sensación de bienestar... Pero a veces esa angustia despierta y escapa. Sale a la luz y recuerda nuestra pequeñez, situándonos frente a un espacio infinito donde ya no somos dominantes, sino criaturas microscópicas que se sienten amenazadas y amedrentadas, obligadas a asumir su fragilidad, que también es su fortaleza, y su nueva condición para sobrevivir a la realidad que se abre ante cada individuo —ya no solo es una, sino tantas como individuos existan—, por ejemplo, la realidad que vive el “menguante” de la década de 1950, cuando el mundo parece condenado a colisionar y cuando, profesionalmente hablando, Jack Arnold se encuentra pletórico de forma o, dicho de otro modo, en su plenitud creativa. Durante aquellos años, realizó películas que se han convertido en indispensables dentro de la ciencia-ficción: Vinieron del espacio (It Came from Outer Space, 1953), La mujer y el monstruo (Creature from the Black Lagoon, 1954), Tarántula (Tarantula!, 1955), The Space Children (1958) o, la mejor de todas, El increíble hombre menguante (The Incredible Shrinking Man, 1957). Sin embargo, concluido el decenio, Arnold se prodigaría más en series de televisión que en largometrajes, entre los que dirigiría un par de comedias a mayor gloria de Bob Hope. Pero ya no era lo mismo. Algo había cambiado; el cine y la sociedad de consumo habían cambiado. Tanto el uno como la otra parecían sedarse de común acuerdo, adormilarse, quizá para no pensar y así no temer lo que no se piensa. De cualquier forma, ya no había sitio para gente como Arnold, eficiente, con talento y, más allá de la apariencia de la imagen, con algo interesante que plantear en sus películas de ciencia ficción: la fragilidad y la fortaleza humanas, al descubrirse en la amenaza. Su legado también incluye westerns, dramas o interesantes películas de intriga criminal, pero, para quien escribe, su obra cumbre es esta mítica producción realizada a partir del guion cinematográfico de Richard Matheson, que adaptaba su novela homónima. Posteriormente, el autor de “Soy leyenda” continuaría ligado al séptimo arte como guionista, destacando sus cuatro colaboraciones con Roger Corman en el prestigioso ciclo Poe y la que mantuvo con Steven Spielberg en El diablo sobre ruedas (Duel, 1971).


Tal como su título insinúa, El increíble hombre menguante no va monstruos gigantescos, aunque algunos haya debido a la perspectiva, sino de un hombre que, tras su contacto con una nube radioactiva, empieza a disminuir de tamaño. El propio Scott Carey (Grant Williams) se encarga de narrar su extraña experiencia vital, que se inicia a bordo de la embarcación donde disfruta de unas vacaciones en compañía de Louise (Randy Stuart), quien evita su exposición a las partículas porque se encuentra en el interior del barco cuando el polvo radiactivo se esparce sobre la cubierta y sobre el cuerpo de su marido. Según las palabras del afectado, durante los siguientes seis meses todo continúa igual que siempre; sin embargo, una mañana se sorprende al comprobar que sus pantalones y sus camisas le quedan grandes. A pesar de las palabras de su esposa, que explica el suceso como un adelgazamiento normal, la posibilidad, casi certeza, de que disminuye de altura y de volumen le convencen para acudir a un especialista. El médico, al igual que Louise, no observa ninguna anomalía en la salud del paciente. No obstante, las radiografías confirman sus peores sospechas y, a medida que disminuye de tamaño, su personalidad se agría, acentuando sus miedos y cargando su impotencia en la figura de su mujer. Esta intenta calmarlo y le asegura que mientras lleve la alianza matrimonial siempre estará a su lado; pero las imágenes se encargan de mostrar que la ruptura del matrimonio es una realidad, pues, en ese mismo instante, el anillo se desliza del dedo de Scott.


Afectados por un hecho insólito, la pareja deposita sus últimas esperanzas en el equipo de científicos que intenta hallar un antídoto, pero lo único que logran es decelerar un proceso que se confirma como inevitable. Sin aceptarse y sin aceptar aquello que le ocurre, el hombre menguante huye de su hogar y se refugia en un espectáculo de feria donde entabla relaciones con Clarice (April Kent), una mujer cuya estatura sería similar a la suya, lo cual permite que la víctima de la mutación viva un breve periodo de serenidad. Sin embargo, el decrecimiento no se detiene, de modo que se produce su ruptura con Clarice, que continúa manteniendo su tamaño, que no se debe a ninguna mutación. Desesperado ante la imposibilidad de encontrar un lugar donde encajar, el fugitivo regresa al lado de Louise, aunque se les descubre distanciados por dos espacios delimitados por las paredes de la casa de muñecas que han habilitado como vivienda de Scott. Allí, sentado sobre un asiento acorde con su tamaño, su humor y su comportamiento se recrudecen, más si cabe, hasta barajar la posibilidad del suicidio, víctima de la imparable afección que solo a él aqueja.


Hasta este instante de El increíble hombre menguante, la espléndida narrativa de Arnold se había centrado en el decrecimiento y los cambios en la personalidad de un hombre afectado por un espacio que, poco a poco, se agranda ante su menguante figura, rompiendo la seguridad del mundo que hasta entonces había compartido con Louise. Un descuido por parte de ella, provoca el punto de inflexión en la película. Se trata de una excepcional escena en la que se descubre a un felino que no duda en atacar a su antiguo amo, quien en un intento por salvar la vida queda atrapado en el sótano, que, ante él, se abre como un gigantesco espacio inexplorado donde, emulando a Robinson Crusoe, encuentra refugio y agua, pero también peligros y tempestades. A raíz de su nueva condición de único ser vivo en un hábitat inmenso y desolado se produce la transformación y aceptación de quien comienza a buscar el escaso alimento que puede encontrar. Si en Tarántula Jack Arnold enfrentó al ser humano con un arácnido gigantesco, en El increíble hombre menguante el personaje principal se las ve con una araña de tamaño natural que, debido a la estatura del naufrago, se confirma como el monstruo más mortífero que existe sobre ese medio hostil y estéril que Scott intenta dominar. Y como consecuencia de dicho enfrentamiento, su instinto de supervivencia se impone, al tiempo que, ante el nuevo mundo que se abre ante él, vence sus miedos y alcanza la aceptación de su yo como parte de un conjunto infinito donde él solo es una partícula infinitesimal del mismo.



1 comentario:

  1. La mejor critica de esta película la hizo Cabrera Infante ( cain) en Un Oficio del Siglo XX.

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