viernes, 13 de septiembre de 2013

La viuda alegre (1934)


La opereta se desarrolló en Europa a lo largo del siglo XIX, siendo una variante ligera y desenfadada de la ópera, en la que los diálogos y las canciones se sucedían para escenificar historias poco menos que inverosímiles. A este tipo de género musical pertenece La viuda alegre, estrenada con gran éxito en Viena en 1905, la cual daría origen a varias versiones cinematográficas entre las que destacan la dramática filmada por Erich von Stroheim en 1925 y esta comedia musical realizada en 1934 por Ernst Lubitsch, una de las figuras claves de la evolución de la comedia hollywoodiense. Lubitsch ya había empleado el ambiente de opereta en algunos de sus primeros films sonoros (El desfile del amor, El teniente seductor, Montecarlo o Una hora contigo), en los que desplegó su gran capacidad para crear situaciones irónicas, sofisticadas, cínicas y sutiles, que se combinan con melodías como la que introduce al personaje encarnado por Maurice Chevalier. El conde Danilo desfila con sus tropas al tiempo que entona una canción que dedica a todas las bellezas de Marsovia, el diminuto país imaginario que solo con la ayuda de una lupa se puede encontrar en el mapa. La presentación del sonriente capitán de la guardia real le define como un mujeriego empedernido, aunque desde un tiempo a esta parte se siente atraído por el misterio que se esconde detrás del velo que oculta el rostro de Sonia (Jeanette MacDonald), la viuda más acaudalada del país, la misma que posee el cincuenta y dos por ciento de la riqueza nacional. Ni corto ni perezoso, el don Juan se presenta ante ella para declararle su amor, aunque, en realidad, lo que pretende sería una nueva conquista y saciar su curiosidad. Pero nada de lo que dice obtiene el resultado esperado, así que el rechazo de la enigmática dama de negro le convence para retomar sus quehaceres románticos, ya sea con la reina (Una Merkel) o con cualquier otra mujer que se le ponga a tiro. Sin embargo, para Sonia, el encuentro con el apuesto soldado provoca que reflexione acerca de su solitario y aburrido encierro. Mediante las páginas vacías de su diario, y con el recuerdo de Danilo en mente, su deseo de volver a la vida se impone, de modo que cambia el luto por el blanco, y decide dejarse contagiar por el colorido y la alegría que se vive en el lujoso París empleado por Lubitsch para desarrollar los enredos amorosos de muchas de sus comedias. Pero la marcha de la millonaria provoca la alarma en la realeza de Marsovia, consciente de que la fuga de la viuda podría implicar la pérdida de su capital (si aquélla cayese en brazos de algún cazafortunas extranjero), hecho que significaría la bancarrota y el fin del pequeño reino. En la ciudad de la luz se desarrolla la confusión que une y separa a los dos personajes principales, que se encuentran en Maxim´s, donde Danilo, que ha sido enviado a París con la misión de seducir a la viuda, piensa pasar una velada acorde con sus gustos. Aunque allí solo tiene ojos para una joven (Sonia) de quien desconoce su verdadera identidad, ya que la viuda se hace pasar por una de las chicas del local para llamar la atención del galán. La última comedia musical de Lubitsch se divide en tres actos donde las canciones y el ambiente desenfadado conviven con los diálogos, las omisiones, los sobreentendidos o el gusto del cineasta por los pequeños detalles que abundan en su elegante puesta en escena. Asimismo se aprecia la importancia de los personajes secundarios, que aportan las notas de comicidad que se descubren tanto en el monarca (George Barbier) como en el embajador Popoff, interpretado por el irrepetible Edward Everett Horton, con quien el cineasta contó en cinco de sus películas, siendo con Chevalier el actor que más veces trabajaría para Lubitsch.

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