viernes, 20 de septiembre de 2013

Matrimonio de estado (1948)


El acuerdo financiero entre los estudios EalingRank Organisation obligó a los miembros del primero a realizar producciones que nada tendrían que ver con lo que venían haciendo bajo el sello de la mítica productora londinense; de tal manera que la compañía dirigida por Michael Balcon se vio emulando a los costosos dramas de época que llegaban desde el otro lado del Atlántico. Uno de estos films, Matrimonio de estado (Saraband for Dead Lovers), fue el primer largometraje en color rodado en el estudio. Su guión se basó en la novela romántica de Helen Simpson, cuya adaptación corrió a cargo de John Dighton y Alexander Mackendrick, este último recién llegado a la compañía para encargarse de los diseños del storyboard, sin embargo, acabó realizando cambios que enriquecieron el guión original (y posteriormente se convertiría en uno de los grandes directores de la Ealing). Esta costosa producción fue dirigida por Basil Dearden, a quien secundó Michael Relph, el encargado del espléndido diseño de producción, continuando con su larga y fructífera asociación, que se prolongó más allá de la Ealing. Como resultado, Matrimonio de estado se convirtió en la película inglesa más exitosa de la década, gracias en parte a la concepción artística de Relph y a la presencia de actores como la reputada Flora Robson o el galán Stewart Granger. El film arranca en un presente en el que Sophie Dorothea (Joan Greenwood) yace moribunda en una de las habitación del castillo donde se comprende que su vida se pierde irremediablemente. Mediante la carta que leen su censores su historia se convierte en imágenes, regresando al pasado en el que se descubre la ambición y los intereses políticos que convencen a la casa Hanover para unir en matrimonio a su heredero, George Louis (Peter Bull), y a la joven Dorothea, a quien no consideran su igual. Sin embargo, el dinero de la familia de la muchacha se antoja vital para alcanzar el objetivo que persiguen los nobles alemanes. Poco importa que el heredero sea un hombre amoral, a quien gusta el juego y sobre todo las mujeres, ya que el único objetivo es la materialización del compromiso que podría proporcionarle el trono de Inglaterra. Todos parecen perseguir sus intereses, todos salvo la joven víctima, que no puede escoger, solo acatar la imposición de una infelicidad que se comprende desde que la madre de su prometido (Françoise Rosay) irrumpe en su tranquila y alegre inocencia. Durante la ceremonia nupcial se observa como la joven queda supeditada a los deseos de su marido, así se lo indica el religioso que celebra el acto, lo cual la obliga a dejar de ser ella misma para convertirse en la esposa sumisa de un príncipe cuya meta es subirse al trono de las islas británicas y continuar con sus viejas costumbres. Las ambiciones, los celos y la imposibilidad dominan esta historia de corte clásico, en la que el trágico triángulo formado por Dorothea, la condesa Platen (Flora Robson) y Konisberg (Stewart Granger) cobran el protagonismo absoluto de un amor que ninguno de ellos parece capaz de alcanzar. La llegada de Konisberg a Hanover provoca que Platen se enamore de él, hecho que el sueco aprovecha para escalar social y económicamente, alcanzando el mando de la guardia de palacio, posición que le permite conocer a la joven esposa, en quien reconoce la sensibilidad y la hermosura que no encuentra en su amante. El encuentro entre el soldado y la princesa cambia el rumbo de los hechos, ya que entre ellos nace una especie de reconocimiento que se trasforma en amor, aunque ambos son seres condenados a mantener relaciones que no desean y que les impide la unión que nunca podrá ser, pues por encima de todo prevalecen los intereses políticos y la obsesión de Platen hacia el coronel de la guardia.

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