jueves, 10 de octubre de 2013

La niña de tus ojos (1998)


En la década de 1930, Imperio Argentina, Florián Rey y su equipo viajaron a Alemania para rodar una coproducción hispano-germana sobre Lola Montes, pero acabaron rodando Carmen la de Triana (1938). Más de medio siglo después, aquella expedición inspiró la idea general que dio pie al guion 
de La niña de tus ojos (1998), escrito por Rafael Azcona, David Trueba, Carlos López y Miguel Ángel Egea. Pero Fernando Trueba no filma la estancia de Imperio Argentina en Alemania, sino una comedia dramática sobre cine, historia y su recreación, llena de tópicos, de referencias cinematográficas y con un momento puntual que me gana; hay más y también los hay que me producen el efecto contrario. Sucede en la embajada, cuando la mujer del embajador (María Barranco) se presenta al actor Julián Torralba (Jorge Sanz) y le pregunta por la película que va a protagonizar. Él le responde que interpreta a un bandolero de la serranía… y ella le interrumpe y comenta, delante de Fontiveros (Antonio Resines), el director del film, que le aburre tanta españolada, siempre con bandoleros y cante popular. En ese instante, molesto por el comentario, el realizador interviene y pregunta que si pretende que hagan alemanadas, hungaradas o americanadas, y a continuación afirma que le parece más interesante la figura del Tempranillo que la de Al Capone. La contestación deja clara su postura, que vendría a decir que cada pueblo tiene sus raíces, su folclore y su cultura popular que el cine autóctono desarrolla como parte de la identidad local, que puede traspasar fronteras; el ejemplo cinematográfico más claro, el western, pero no es el único.


La diversidad es un bien humano imprescindible y perderla implica la merma de riqueza, de cultura y de identidad. Pero el cine también es un medio que expone ideas “universales”, y ahí reside una de sus grandezas, la de traspasar fronteras llegando a todos y cada uno, sin importar nacionalidades ni costumbres, solo emociones humanas y pensamientos igual de humanos que van más allá de localismos y de cuestiones folclóricas. Las dos conviven en
La niña de tus ojos, en el costumbrismo que representa el equipo de rodaje y en el aprendizaje, el compañerismo, el miedo, la decepción, la solidaridad y más que van asomando en la historia ambientada en 1938 —posiblemente en noviembre—, momento durante el cual el equipo abandona España, que vive su guerra fratricida y de ideologías —que también se enfrentarían en la Segunda Guerra Mundial—, en la que los militares sublevados empiezan a imponerse.


Los títulos de crédito iniciales se insertan al tiempo que en un noticiario cinematográfico se comenta y se ensalza el avance de los rebeldes militares, pero también la colaboración entre este bando, autoproclamado nacional, y los nacionalsocialistas alemanes a través de la coproducción La niña de tus ojos, cuya versión hispana será dirigida por Blas Fontiveros. Este hermanamiento de interés entre dos ideologías totalitarias fascistas provoca que el equipo español se traslade a Alemania para rodar en los en otra hora prestigios estudios UFA, cuando y donde
Murnau, LeniLang o Lubitsch se convirtieron en grandes de la cinematografía mundial. Pero en el presente de 1938 nada queda de aquella grandeza de la década previa, sustituida por la propaganda y el intolerante ideario nazi que en un primer momento no afecta a los miembros de la expedición encabezada por la estrella de la canción popular Macarena Granada (Penélope Cruz).


Durante su estancia se observa al equipo en su día a día, tanto desde un punto de vista profesional como personal, inicialmente desde un tono satírico que no esconde que entre los guionistas se encontraba 
Azcona, con quien Trueba ya había contado para los guiones de El año de las luces y Belle epoque. Desde ese tono cómico se descubre un posicionamiento en contra de los abusos que afectan tanto a Macarena, a quien se la condena a soportar las atenciones y el acoso de Goebbels (Johannes Silberschneider), como a los extras, prisioneros judíos y gitanos que sufren la inhumanidad y la monstruosidad del régimen nazi. Macarena en su rechazo se convierte en el alma del equipo, por eso siente su entorno de un modo diferente a como lo racionaliza el cerebro de la producción (Blas), que se muestra ajeno a cualquier cuestión que no afecte a su película, para él lo único verdaderamente importarle, más allá de la relación sentimental que mantiene con su primera actriz. Alrededor de estos dos personajes se muestran las personalidades del resto de compañeros, entre quienes se descubre a Julián Torralba, la caricatura del macho hispano y falangista declarado, la desencantada Rosa Rosales (Rosa María Sardá), la antigua estrella que ahoga sus penas en el alcohol, Castillo (Santiago Segura), el director artístico que, además de beber los vientos por la estrella masculina, debe apañárselas para recrear la Sierra de Ronda en un decorado que encajaría mejor en El gabinete del doctor Caligari, o Bonilla (Jesús Bonilla), un productor que, en su devaneo con Lucía Gandía (Neus Asensi), "maneja" el alemán gracias a su inseparable diccionario. En ese entorno ajeno a la idiosincrasia caricaturizada por el equipo español, destaca la presencia de Václav (Miroslav Táborský), el traductor que se convierte en cómplice involuntario de la troupe, cuando sus miembros toman conciencia ante una situación que Macarena asume desde el primer momento, aunque se ve obligada a aceptar su rol por motivos personales. Como contrapunto a la cantante, Blas resulta un personaje ambiguo, si bien parece que su egoísmo se impone a cualquier otro sentimiento, hacia el final del film se descubre que guarda cierto parentesco con el Rick de Casablanca, pues, tras mostrarse egoísta y ajeno a la realidad, se decide y se posiciona del lado que sabe correcto, comportamiento que se confirma en el aeródromo donde la niña de sus ojos toma el avión que les separa, pero que a él le humaniza porque acepta que existen cuestiones que se encuentran por encima de sus intereses personales y profesionales.

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