sábado, 14 de diciembre de 2013

Naves misteriosas (1971)


Tres años después de participar en la supervisión de los efectos especiales de 2001: Una odisea del espacio (2001. A Space Odyssey, Stanley Kubrick, 1968), Douglas Trumbull debutó en la dirección con Naves misteriosas (Silent Running, 1971), un film de ciencia-ficción de bajo presupuesto y elevada intención de ahondar en la relación entre la humanidad y la naturaleza. En su momento, la película pasó desapercibida, quizá debido a una inexistente campaña promocional, aunque el tiempo la ha situado como referente de la ciencia-ficción con aspiraciones ecológicas y filosóficas. Sin embargo, la carrera cinematográfica de Trumbull no destaca por su faceta de director de largometrajes, que se reduce a dos —este y Proyecto Brainstorm (Brainstorm, 1983)—, sino por el estudio, experimentación y desarrollo tecnológico al servicio de películas como La amenaza de Andrómeda (Robert Wise, 1971), Encuentros en la tercera fase (Close Encounters of the Third Kind, Steven Spielberg, 1977), Star Trek, la película (Star Trek, Robert Wise, 1979) o Blade Runner (Ridley Scott, 1982). Pero, aún así, sus dos films resultan interesantes, siendo Naves misteriosas una curiosa propuesta ecológica que se rodó en treinta dos días, y que se desarrolla enteramente en el interior de una nave espacial donde se descubren varios bosques que forman parte de un proyecto con el que se intenta repoblar un planeta desforestado como consecuencia del aumento de la temperatura y de la manipulación humana. El cambio climático empezaba a ser una realidad en los años 70, pero, en el cine, ¿a quién le preocupaba exponer tal realidad y apuntar posibles consecuencias? ¿A Dino Risi? ¿A Robert Bresson? ¿A Trumbull? En todo caso, fueron muy pocos cineastas los que advirtieron que el mundo estaba acumulando tal cantidad de residuos que difícilmente la naturaleza podría soportarlo, pero ¿qué más daba? El cine se estaba idiotizando, más de lo que ya estaba. Salvo sus excepciones, la industria cinematográfica siempre ha preferido no invitar a pensar.


En el vehículo viaja una tripulación formada por cuatro hombres y varios robots, antepasados de Wall-E (Andrew Stanton, 2008),  pero de entre los primeros solo aquel que cuida de la vegetación y de la fauna se muestra distinto al resto. Las palabras y el comportamiento de Lowell (Bruce Dern) le distancia de los suyos, del mismo modo que lo hace su negativa a consumir los alimentos sintéticos que forman parte de la dieta diaria de sus compañeros. Él afirma que come aquello que planta porque le permite disfrutar de sensaciones organolépticas que no encuentra en los nutrientes sintéticos, de igual manera muestra una mayor entrega en su trabajo, concienciado de la importancia del experimento que les ha alejado de la Tierra, adonde los demás desean regresar. Durante los primeros minutos del film, el viaje espacial se desarrolla en la monotonía que se observa en todo momento (juegan a las cartas, charlan o compiten con monoplazas en busca de diversión), pero esta se interrumpe cuando reciben la comunicación de la cancelación del proyecto, lo cual implica la destrucción de los bosques y la satisfacción en los compañeros de Lowell, quienes aceptan la noticia con agrado, ya que implica su regreso a casa. Los tres astronautas asumen su nueva labor sin plantearse que la destrucción del medio forestal conlleva la eliminación de vida y la imposibilidad de regenerar la naturaleza terrestre; y ante este hecho, Lowell pierde el control sobre sus actos y los asesina para proteger el último bosque que queda en la nave. En el instante posterior al crimen no es consciente de la contradicción en la que ha caído, como tampoco lo es de la soledad que poco a poco le domina, y que intenta paliar con la compañía de los robots a los que humaniza para que llenen ese vacío que le permita olvidar que también él ha destruido vidas, una paradoja insoportable para alguien que deseaba preservarlas.

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