sábado, 25 de enero de 2014

Las mejores intenciones (1992)


El quinto largometraje del danés Bille AugustPelle el conquistador, además de darle a conocer fuera de su país, le proporcionó excelentes críticas y numerosos premios, entre ellos la prestigiosa Palma de Oro, el Oscar y el Globo de Oro a la mejor película de habla extranjera. Pero también llamó la atención de otros colegas de profesión, como fue el caso del mítico realizador sueco Ingmar Bergman, quien lo escogió para que fuese el encargado de dirigir el guión que había escrito sobre los primeros años de relación entre sus padres (Karin y Erik). Las mejores intenciones (Den Goda Viljan) se estrenó en formato de miniserie de cuatro capítulos, con una duración total de seis horas, aunque meses después fue proyectada en las salas comerciales con un metraje que se redujo a la mitad. Y por segunda vez August sería galardonado con la Palma de Oro, en esta ocasión como recompensa por su acertada puesta en escena de la compleja historia de Bergman, sin traicionar el cine de aquél ni el suyo propio; aunque sus posteriores producciones no han vuelto a alcanzar el nivel de las que hasta día de hoy se consideran sus dos grandes obras. La acción de Las mejores intenciones se desarrolla entre 1909, momento en el que Anna (Pernilla August) y Henrik Bergman (Samuel Fröler) se conocen, y 1918, pocas semanas antes del nacimiento del segundo hijo del matrimonio (que en la vida real sería el realizador de Fresas salvajes). Durante este periodo de constantes altibajos, las personalidades de los miembros de la pareja se enfrentan entre sí y con un entorno en el que Henrik nunca llega a encontrar el equilibrio emocional que le permita aplacar el rechazo que habita en su interior, algo que se deja entrever al inicio del film, pues se intuye que se trata de un hombre de ideas rígidas, incapaz de olvidar o perdonar, condicionado por los recuerdos de una infancia marcada por la pobreza y el rechazo de su familia paterna. Como consecuencia del pasado el Henrik adulto desprecia a su abuelo en el presente, cuando aquél le pide que visite a su esposa moribunda, ya que uno de sus últimos deseos sería el de congraciarse con su nieto. Sin embargo el joven se muestra intransigente, convencido de su derecho a no perdonar. Este prefacio permite acceder al carácter de Henrik, descubriendo en él el sufrimiento y la falta de empatía que le impiden relaciones satisfactorias. Por contra, Anna se presenta antagónica a la sombría y recta personalidad de quien será su esposo, rodeada por un núcleo familiar que la arropa y la protege, y dentro del cual el estudiante de teología no encaja. Durante la primera parte de Las mejores intenciones prevalecen las trabas externas, como serían la oposición de Karin Akerblom (Ghita Borby) a una relación que sospecha que hará desgraciada a su hija, la relación que Bergman mantiene con Frida (Lene Endre) o la tuberculosis que padece Anna y que la obliga a abandonar Suecia. En un segundo momento de la película, superada la separación, la pareja decide casarse, pero antes se detienen en el hogar de Alma Bergman (Lena Hjelm), quien también parece convencida de que su futura nuera sufrirá al lado de su hijo, pues en él no hay cabida para la alegría o la calidez que desprende la joven. La parte más intimista del relato se desarrolla durante la estancia del matrimonio en el pueblo donde Henrik es destinado tras realizar sus votos religiosos; y allí, desde el primer instante, la existencia de Anna se torna fría y solitaria, supeditada al gélido carácter de un esposo dominado por complejos que provocan que priorice su trabajo o sus convicciones religiosas y personales por encima de las necesidades de una mujer que se consume entre los silencios y la aceptación de un entorno que le desespera.

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