jueves, 23 de enero de 2014

Mary Poppins (1964)


Cuando Jack Warner produjo My Fair Lady desechó la idea de contar con la actriz Julie Andrews, por aquel entonces sin experiencia en cine, aunque había interpretado al personaje principal del musical de mismo título estrenado en Broadway en 1956. Pero otro mítico productor, Walt Disney, tras verla actuar en Camelot pensó que ella sería la protagonista ideal para la producción musical y familiar que iba a llevar a cabo. Así pues,  "gracias" al rechazo de Warner y al buen ojo de Disney, a Julie Andrews se le presentó su gran oportunidad cinematográfica en Mary Poppins, por la cual obtuvo el Oscar a la mejor actriz del año y el Globo de Oro a la mejor actriz de comedia o musical. Pero, dejando a un lado esta anécdota, la película, basada en los libros infantiles escritos por P. J. Travers, fue dirigida por el británico Robert Stevenson, a quien (a pesar de haber rodado títulos tan interesantes como Alma rebelde, Opio o Despacio, forastero) se le recuerda principalmente por esta y otras producciones que rodó para el sello Disney (Un sabio en las nubes, Ahí va ese bólido o La bruja novata). Supuestamente uno de los grandes aciertos del film residió en la combinación de números musicales, fantasía, cine familiar e imágenes animadas (impuestas por Disney), que en su conjunto ofrecen un espectáculo amable que por momentos llega a resultar empalagoso incluso para los más pequeños, al menos ese fue la sensación que me produjo cuando la vi de niño. Años después, cuando volví a verla, aquella percepción no sufrió alteración alguna, más aún, me convencí de que Mary Poppins era y es una de esas películas que alcanzan un estatus que no se corresponde con lo que en realidad ofrece. En un primer momento de la película se observa a un núcleo familiar bajo el dominio de la rigidez paterna, la cual está apunto de ser derrotada por la figura solitaria que la cámara muestra sentada sobre una nube. Esta presentación de Mary Poppins no deja lugar a dudas, se trata de una joven diferente, portadora de fantasía y de buenos sentimientos, que llega a un barrio londinense para prestar su ayuda a la familia Banks, que semeja haber perdido su razón de ser. Pero antes, en esa misa calle de decorado, se descubre el imaginativo hogar-navío del almirante Boom (Reginald Owen), quien cada día, a horas puntuales, lanza salvas que afectan a todos sus vecinos, entre quienes se cuentan los dos niños a quienes la nueva institutriz muestra como la fantasía puede ayudarles a cumplir sus sueños, que en realidad se reducen a recibir las atenciones tanto de la madre (Glynis Johns), feminista practicante en ausencia de su esposo, como del padre (David Tomlinson), que representa a la figura del refinado gentleman inglés, serio, austero, trabajador y ajeno a la ilusión que no tarda en cambiar la existencia de los suyos y la suya propia. Con la irrupción de la niñera mágica la fría cotidianidad de pequeños y mayores cobra candidez, colorido y musicalidad, de modo que con su presencia se abren las puertas de un mundo imaginario por donde también deambula Berth (Dick Van Dyck), en algunos aspectos similar a Mary, pero con un comportamiento más cercano al de los dos niños a quienes anima a disfrutar del lado bueno de las cosas. En este personaje (acompañado de un grupo de desollinadores) recae el que posiblemente sea el mejor número musical del film, aquel que se desarrolla sobre los tejados de Londres y concluye en el interior del hogar de los Banks ante la atónita mirada de un padre que finalmente comprende que la plenitud no reside en la rigidez de conducta o en un trabajo que castra su capacidad para soñar y le aleja de los suyos, sino en el calor que le proporciona su familia, la cual, tras la buena labor de la niñera, alcanza un final Disney.

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