sábado, 22 de febrero de 2014

Amanecer rojo (1984)


La idea de una invasión soviética de los Estados Unidos no fue una primicia de Amanecer Rojo (Red Down, 1984), de hecho, en 1966 Norman Jewison filmó un accidentado desembarco rojo en la comedia ¡Qué vienen los rusos!. Mucho más serio se mostró John Frankenheiemer en el thriller El mensajero del miedo, en el que no existe una invasión física propiamente dicha, sino una en la sombra, urdida por los miembros del bloque comunista que pretenden hacerse con el control de los Estados Unidos mediante la implantación de un presidente adepto a su causa. Pero, a parte de estas y otras alusiones cinematográficas a la amenaza soviética, se podría decir que Amanecer rojo fue un paso más allá al mostrar una invasión a gran escala del suelo estadounidense, como tres años después lo haría la miniserie Amerika, en la que se expuso un hecho cercano al narrado por John Milius en este film que, en su parte menos interesante, muestra el enfrentamiento entre un grupo de "hijos adoptivos de Rambo", los Wolverines, y un combinado de tropas cubanas y rusas armadas hasta los dientes. Si se atiene a la anterior circunstancia, Amanecer rojo no pasaría de ser un producto de consumo rápido, de calidad dudosa, destinado al público adolescente estadounidense; sin embargo, detrás de su propaganda se esconde una lectura más amplia, interesante e intimista, que muestra entre otras cuestiones la muerte de la inocencia, una de las primeras bajas de cualquier conflicto armado, aunque sea como en este caso una guerra ficticia rodada cuando aún no se vislumbraba el final de otra contienda que, aunque real, se libraba en la sombra o en localizaciones concretas del globo.


Partiendo de que se trata de una fantasía condicionada por su época, se pueden omitir aquellas cuestiones relacionadas con su posicionamiento patriotero, en el que prevalece la supuesta heroicidad de un puñado de adolescentes norteamericanos que se ven obligados a luchar contra el enemigo comunista que invade sus hogares matando o privando de libertades a los pacíficos miembros de su pequeña comunidad, quienes hasta entonces habrían vivido en la armonía y la inocencia a la que se pone fin en ese amanecer al que hace alusión el título. Con la pérdida de su cotidianidad, los vecinos del pueblo se sumergen en la pesadilla de contemplar como su sistema de vida se derrumba, sometidos por el militarismo opresivo del tan temido enemigo comunista que ha llegado para establecer un nuevo orden. No obstante, alejándose de este aspecto de la película, se descubre en
Amanecer rojo el estilo de un cineasta que tomó prestadas características del western y del cine bélico para seguir la adaptación de los muchachos a su nuevo entorno, donde se comprueba como pierden cualquier atisbo de su humanidad anterior, al dejarse arrastrar por un nuevo pensamiento en el que prevalece el rencor, la venganza y su capacidad para matar a sangre fría, aunque sea a uno de los suyos. De este modo se comprende que ya no se trata del instinto de supervivencia que habían mostrado al inicio, o de la obligación autoimpuesta de combatir al invasor mediante una guerra de guerrillas, sino de la pérdida de su propia esencia y de la implantación en sus mentes del odio que justifican en la presencia de una guerra que ellos no han iniciado, y que, como cualquier otra, no solo mata los cuerpos, sino también los espíritus de quienes se ven afectados por ella. A lo largo de Amanecer rojo se observa como paulatinamente el grupo se convierte en una una especie de manada salvaje que hace honor a su apodo, capaz de asumir cualquier acto bélico con tal de satisfacer su necesidad de instigar y eliminar al enemigo, cuestión que no pasa desapercibida para el piloto herido (Powers Boothe) que se une a ellos hacia la mitad del metraje. Este soldado profesional, que se descubre desencantado por una guerra que le separa de sus seres queridos, de sus esperanzas y de la inocencia que se pierde ante él, fue el escogido por Milius para insertar un discurso más interesante y menos partidista, aquel en el que se igualan las individualidades, ya sean de uno u otro bando, pues el pensamiento del aviador estadounidense se equipara al del coronel cubano (Ron O`Neal), en quien se descubre una decepción similar a la de aquel, provocada por la tristeza de encontrarse lejos de su familia y de su hogar, adonde puede que nunca regrese.

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