domingo, 16 de marzo de 2014

Fuego en la nieve (1949)


Antes de dedicarse a la realización de largometrajes, William A. Wellman deambuló de aquí para allá desempeñando diferentes labores y oficios, entre ellos el de camillero en la Legión Extranjera durante la Primera Guerra Mundial. Poco después, en la misma contienda, sustituyó la camilla por el avión de combate que pilotaría como miembro de la escuadrilla Lafayette. Esta ocupación le reportó fama, una herida de gravedad, una condecoración, el apodo "Wild Bill" y la visión en primera persona de un conflicto que años después retrataría en Alas (Wings, 1927) y La escuadrilla Lafayette (Lafayette Escuadrille, 1958). Pero la perspectiva humanista asumida por Wellman para dar forma a su primer gran éxito y a su última producción alcanzó mayor perfección y crudeza en dos títulos indispensables del género bélico que se desarrollan en la Segunda Guerra Mundial. También somos seres humanos (Story of G.I.Joe, 1945) y Fuego en la nieve (Battleground, 1949) se ubican en espacios y tiempos diferentes, el primero durante la campaña de Italia y el segundo en la batalla de las Ardenas, en los alrededores de la localidad belga de Bastogne, donde la 101 división aerotransportada se encuentra atrapada por la ofensiva alemana, aunque ambas tienen en común el protagonismo de un grupo de soldados anónimos a quienes se humaniza desde la individualidad con la que interpretan los hechos que les lleva a plantearse qué hacen en un país extraño, luchando, sufriendo y muriendo, en lugar de disfrutar de la calidez de sus hogares al otro lado del Atlántico. Sin embargo, ningún lamento puede evitar que "los apaleados bastardos de Bastogne" se encuentren sitiados, sin noticias del exterior, y sometidos a unas condiciones climáticas que, unidas a los ataques de un enemigo que los supera en número y recursos, merman su moral y su físico. Con este planteamiento, la propuesta de Wellman en Fuego en la nieve se acerca a una postura antibelicista, no obstante su perspectiva no pretende ni exaltar ni criticar, solo ofrecer un retrato realista de la intimidad de combatientes que se igualan en su sacrificio, en su miedo, en la desesperanza y en la imposibilidad que les genera un espacio que no pueden abandonar, ni siquiera "Pop" (George Murphy), obligado por las circunstancias a permanecer en el frente a pesar de haber sido licenciado por asuntos que conciernen al cuidado de sus hijos. A parte de las cuestiones psicológicas, la película también en las físicas que se generan como consecuencia del cansancio y de la escasez de recursos: Holley (Van Johnson) roba huevos para hacer una tortilla, que nunca llega a elaborar, o las inclemencias atmosféricas que provocan la fiebre de Standiferd (Don Taylor) y la congelación de los pies del sargento Kinnie (James Whitmore), quien continúa luchando porque comprende que su dolencia es insignificante para el alto mando, cuyos miembros, limpios, bien alimentados y con los pies calientes, no conocen de primera mano el significado de padecer y perecer entre la niebla y la nieve que domina la estupenda fotografía en blanco y negro a cargo de Paul C.Vogel. La guerra vista por Wellman se desarrolla desde la crudeza y la intimidad, similar a la mostrada cuatro años antes en También somos seres humanos, humanizando al soldado en su acercamiento al espectador, para que este observe en la pantalla el sufrimiento, el frío, las trincheras (que a veces se convierten en tumbas), el hambre, la desorientación o la muerte, que se produce en el anonimato de un entorno helado donde supervivientes como Layton (Marshall Thompson) se convierten en hombres distintos a quienes eran tras experimentar la funesta realidad que los iguala dentro del cerco donde se encuentran atrapados. Pero, además, Fuego en la nieve ofrece pequeños detalles que desvelan el padecimiento de la población: huérfanos de guerra, viviendas reducidas a escombros, un hospital donde las enfermeras nada pueden hacer por los heridos o una mujer que hurga en los contenedores de basura en busca de algún resto que llevarse a la boca, pues la hambruna, la miseria y la muerte, que nacen de las guerras, no distinguen entre civiles y soldados, condenando a todos a sufrir sus estragos.

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