lunes, 28 de abril de 2014

Drácula (1958)

Si en la década de 1930 fue la Universal la productora que se decantó por el terror cinematográfico, a partir de figuras tan populares como Drácula, la criatura de Frankenstein, la momia o el hombre lobo, hacia finales de los cincuenta fue la Hammer Films la que renovaría el género empleando aquellos mismos personajes, entre los que destaca la figura del vampiro encarnado por el actor Christopher Lee en películas como el Drácula (Horror of Dracula) que Terence Fisher dirigió un año después de inaugurar el periodo de esplendor del terror Hammer con La maldición de Frankenstein (The Curse of Frankenstein, 1957). A pesar de que Fisher no escondía su preferencia por el personaje del doctor Frankenstein, el de Drácula le ofreció la oportunidad de crear una nueva estética del universo vampírico, dotándolo de mayor sexualidad y del colorido, que contrapone luminosidad y tinieblas, por el que transita un no muerto que representa el deseo de sus víctimas, aunque Van Helsing (Peter Cushing) prefiere referirse a él como el portador de un mal que actúa como una droga en quienes ataca; pero ambas visiones podrían aceptarse como válidas si se observa el primer plano de Lucy (Carol Marsh), tumbada sobre su cama, dominada por el ansia y el anhelo de volver a sentir el contacto de un personaje que apenas se deja ver en pantalla, ya que Fisher concedió mayor presencia al frío y metódico doctor (representación de la racionalidad), que se aísla en su despacho para repasar una y otra vez sus notas sobre aquellos a quienes ha estudiado desde largo tiempo, pero de quienes todavía desconoce muchas cuestiones. A pesar de que Drácula aparece en contadas ocasiones, su presencia solo desaparece por omisión corpórea, pues nunca abandona la atmósfera creada por Fisher; ni las conversaciones que mantienen Van Helsing y Arthur (Michael Gough), inicialmente incapaz de comprender el alcance de las palabras del profesor, ni los encuadres de objetos como las ventanas que sirven de acceso para que el vampiro contacte con sus víctimas. Y esta omisión física del personaje potencia la realidad oculta en las interioridades de quienes entran en contacto con él, siendo esta otra de las muchas diferencias que presenta el vampiro expuesto por Fisher, e interpretado por Christopher Lee, respecto a los mostrados con anterioridad por Murnau o Tod Browning, e inmortalizados por Max Schreck y Bela Lugosi. De tal manera se puede asumir que Drácula representa los anhelos reprimidos de sus víctimas, siendo la antítesis de Van Helsing, cuyo rictus inexpresivo delata la ausencia total de los instintos y de las pasiones que dominan desde el inicio de la película, cuando Jonathan Harker (John Van Eyssen) llega al castillo del conde y escribe en su diario su intención de acabar con la maldición que aquel significa, aunque sucumbe después de dar muerte a la mujer vampiro (Valerie Gaunt) que su verdugo sustituirá primero por Lucy, la prometida de Harker y hermana de Arthur, y posteriormente por Mina (Melissa Stribling), la esposa del segundo.

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