domingo, 4 de mayo de 2014

El tigre y la nieve (2005)


Los inicios cinematográficos de Roberto Benigni datan de los primeros años de la década de 1970, durante la cual también se produjo su debut como guionista en Berlinguer ti voglio bene (Giuseppe Bertolucci, 1977) o su protagonismo en Un profesor singular (Chiedo asiloMarco Ferreri, 1979), pero fue gracias a comedias coescritas y dirigidas por él mismo, Soy el pequeño diablo, Johnny Palillo o El monstruo, cuando se convirtió en el cómico más popular de la pantalla Italiana, frontera que traspasó con sus interpretaciones para Jim Jarmusch en Bajo el peso de la ley y Noche en la tierra o para Blake Edwards en El hijo de la pantera rosa, y posteriormente como director, actor y guionista de La vida es bella, una película que significó el reconocimiento unánime de crítica y público y su evolución de autor cómico a fabulador. De ese modo, en su faceta de cuentacuentos, no sorprendió que su siguiente trabajo como realizador fuese Pinocchio, aunque este fue un fracaso total que probablemente lo convencería para retomar un personaje similar al expuesto en su film sobre el holocausto. Así pues, Attilio (Roberto Benigni), el protagonista de El tigre y la nieve (La tigre e la neve), se descubre como un ilusionista romántico que cada noche sueña con la misma mujer, en un sueño que se repite amenizado por la melodía que entona Tom Waits. Y, al igual que ocurre en su mayor éxito cinematográfico hasta la fecha, en El tigre y la nieve el personaje interpretado por Benigni se decanta por trasformar la realidad que le rodea, y lo hace porque asume que la tergiversación positiva de cuanto observa es el único medio para preservar la esperanza ante situaciones que no dan pie a su existencia. Consciente de ello se aferra a lo imposible mientras intenta mantener vivo el lazo emocional que le une a Vittoria (Nicoletta Braschi), a quien persigue constantemente y con quien mantiene una relación de la que solo se sabe que proviene del pasado y que podría prolongarse en el futuro, siempre y cuando nieve sobre los tigres, algo impensable en Roma, aunque no para él, como demuestra su actitud optimista y vital. El tigre y la nieve, de nuevo emulando a La vida es bella, se divide en dos partes que presentan aspectos opuestos; la primera se desarrolla en la ciudad eterna y expone las personalidades de los personajes y las relaciones que existen entre ellos, así como situaciones que servirán para la estancia de Attilio en suelo iraquí, cuando, superados los escollos de viajar a un país en guerra, descubra una segunda realidad, muy distinta a la que deja en la segura capital transalpina, pues observa y padece el
 conflicto bélico que ha provocado el caos, la carestía o el accidente de Vittoria (detonante de su inesperada odisea). Gracias a su manera de sentir e interpretar cuanto le rodea, el poeta logra su objetivo de presentarse ante su amigo Fuad (Jean Renó) (derrotado por un presente incierto que interpretada desde un pensamiento contrario al de su colega italiano) para que le conduzca hasta el hospital donde malamente se atiende a Vittoria y donde se encuentra con una situación tan precaria como el estado de salud de la persona amada. Pero, ante el pesimismo dominante, Attilio despliega su gran variedad de recursos para lograr que la convalecencia de la malherida sea lo más cómoda posible, al tiempo que se embarca en la desesperada búsqueda de los medicamentos que puedan salvarla, pero, en un país destrozado por la guerra, apenas existen opciones. Aún así, no se rinde, negándose a aceptar que lo mejor de su vida pueda tener un final que en su manera de sentir y pensar no tiene cabida, pues en su visión existencial cabe la posibilidad de que los sueños no acaben convertidos en pesadillas, sino en ilusiones que pueden y deben materializarse.

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