martes, 23 de septiembre de 2014

Sin tregua (2012)



Para realizar un comentario más exacto y acertado sobre el policíaco en su vertiente realista habría que hablar de las causas que lo hicieron posible, de las producciones o de las realidades sociales que se descubren en sus diferentes etapas, y para ello se necesitaría un espacio que aquí no tiene cabida y un conocimiento con el que no cuento. Así que a grandes rasgos decir que hacia la mitad de la década de 1940 el policíaco estadounidense experimentó un incremento de realismo que derivó en un estilo semidocumental que acercaba al espectador la cotidianidad laboral de los policías, agentes del tesoro o del FBI que pueblan películas como La casa de la calle 92 (Henry Hathaway, 1945), La calle sin nombre (William Kneighley, 1948) o La brigada suicida (Anthony Mann, 1947), a quienes se descubren enfrentándose a la criminalidad siguiendo las directrices establecidas por sus departamentos. Dejando a un lado la década de los cincuenta y producciones tan sobresalientes como Brigada 21 (William Wyler, 1951), Los sobornados (Fritz Lang, 1953) o Agente especial (Joseph H.Lewis, 1955); en los años sesenta y setenta el policíaco sufrió un aumento de violencia y pesimismo, aunque sin dejar de lado la realidad vivida por los agentes, pero sin la intención didáctica que existía en aquellas producciones de los cuarenta. Lo que prevalece en este tipo de film sería mostrar a un policía dentro de un sistema que no funciona y que le obliga a actuar desde el individualismo que profesan los protagonistas de Bullit (Peter Yates, 1968), Harry el sucio (Donald Siegel, 1971), The French Connection (Willliam Friedkin, 1971) o Serpico (Sidney Lumet, 1972), quienes a menudo transgreden normas en su intento de erradicar la delincuencia y la corrupción inherente a una sociedad enferma en su despertar del sueño americano. En los ochenta fue el medio televisivo el que aportó una visión intimista (y en cierta medida realista) con Canción triste de Hill Street (1981-1987), pero el cine de policías (que no policíaco) de la década parecía decantarse por la acción explosiva, los tiroteos y la comicidad en producciones del estilo de Límite 48 horas (Walter Hill, 1982), Superdetective en Hollywood (Martin Brest, 1984), Arma letal (Richard Donner, 1987) o Jungla de cristal (John McTiernan, 1987), con excepciones como El príncipe de la ciudad (Sidney Lumet, 1981) o Manhattan Sur (Michael Cimino, 1985). Años después, ya en el siguiente decenio, la ficción cinematográfica seguiría la línea trazada en el anterior, buscando nuevos héroes o retomando los ya existentes, aunque también se descubre otro tipo de ficción más oscura y más cercana al policíaco en thrillers tan destacados como Distrito 34: corrupción total (Sidney Lumet, 1990), Sospechosos habituales (Bryan Singer, 1995),
 Seven (David Fincher, 1995), Heat (Michael Mann, 1995) o L.A.Confidencial (Curtis Hanson, 1997). Pero, por entonces, el realismo llegaba al espectador a través de Cops (1989-), un acercamiento a las labores policiales mediante grabaciones en vivo que ofrecen, a quien tenga ganas, la posibilidad de observar la supuesta cotidianidad de agentes en acción. Volviendo al policíaco, en el año 2002 la HBO estrenó The Wire, una excelente serie emitida en cinco temporadas durante las cuales se accede al día a día de un grupo de policías en su enfrentamiento con la delincuencia, la corrupción, la incompetencia e intereses de su departamento, los problemas económicos de una ciudad en quiebra o las drogas que inundan sus calles. En ella se observa un pesimismo crítico que retrae a aquel que dominaba el policíaco de los años setenta, y obliga a los personajes a asumir posturas que a menudo conllevan infringir las leyes establecidas para poder realizar su trabajo.

Podría decirse que
Sin tregua (End of Watch) y, sobre todo parte de la obra de su director y guionista, parecen querer aportar su grano de arena a esta perspectiva realista del ámbito policial que empezó a gestarse en el pasado. Así pues, David Ayer, responsable de los guiones de Día de entrenamiento (Anthony Fuqua, 2001) o Dark Blue (Ron Shelton, 2002) y de la dirección de Dueños de la calle y Sin tregua, planteó esta última como si se tratase de un episodio de Cops que sigue la experiencia personal y profesional del agente Brian Taylor (Jake Gylleenhall) a través de las grabaciones que este realiza con su cámara, imágenes que permiten acceder a su cotidianidad y a la de Mike Zavala (Michael Peña), su compañero de patrulla; y, mediado el metraje, a la que comparte con su novia (Anna Kendrick). De hecho, este agente coloca la videocámara en cualquier parte, ya sea dentro del coche patrulla, en su uniforme o simplemente en una de sus manos, y de esas imágenes filmadas en vivo se observa a la pareja de policía inmersa en su labor, con aciertos y fracasos, se escuchan sus conversaciones, en algunos casos triviales y en otros de mayor profundidad, se accede a sus vidas, a la amistad que les une, a las relaciones familiares de Zavala o a la evolución de Taylor en su maduración personal y profesional; pero también se descubren calles marginales plagadas de drogas, de pandilleros armados y sin nada que perder u otros muchos problemas a los que ambos policías deben enfrentarse en esa cruda realidad que comparten.

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