jueves, 8 de enero de 2015

El tambor de hojalata (1979)

Dos décadas después de que Günther Grass publicase El tambor de hojalata, uno de los títulos de referencia de la narrativa alemana del siglo XX, Volker Schlöndorff llevó la novela a la gran pantalla en un título homónimo que fue premiado en el festival de cine de Cannes con la Palma de Oro, galardón compartido con Apocalypse Now (Francis Ford Coppola, 1979). Pero los premios ni sirven para valorar la calidad de un film ni, en este caso, para igualar ambas producciones, pues resulta evidente que El tambor de hojalata (Die blechtrommel), a pesar de su simbolismo y de su correcta factura, no se encuentra a la altura del viaje onírico realizado por Coppola en su libre interpretación de En el corazón de las tinieblas. Aún así, se trata de una adaptación digna de la primera novela de Grass y, al igual que aquella, se presenta como la metáfora de una época dominada por la barbarie y la estupidez humana, una época a la que se accede a través de la inteligente e irónica mirada de Oskar Matzerath (David Bennet), quien a la tierna edad de tres años decide poner fin a su desarrollo físico como protesta ante aquello que observa. No obstante, el empeño de Oskar en no desarrollar su cuerpo no le impide que, con el paso de los años, se produzca su maduración comprensiva e intelectual, desde la cual interpreta tanto su entorno familiar como el social, en el que descubre comportamientos censurables y aberrantes, condicionados por la intolerancia que se afianza en el país y en parte de las personas que lo componen. Para este niño-adulto nada de lo que sucede a su alrededor tiene razón de ser, de modo que por voluntad propia se convierte en un individuo aislado del medio donde inicialmente vive en compañía de su madre (Angela Winkler) y de sus dos posibles padres: Alfred (Mario Adorf) y Jan (Daniel Olbrychski), pero también rodeado de la sin razón que destruye inocencias, armonías y seres queridos. Este personaje emplea su tambor y sus gritos como medios exclusivos para expresar emociones y sentimientos, pero también como símbolos de su presencia entre los vivos y de su desacuerdo con los hechos que observa en varios momentos del largometraje, el cual siempre fluye desde su perspectiva, incluso antes de que se produzca su nacimiento, pues él es testigo de excepción de un periodo que ni quiere ni puede aceptar porque su aguda comprensión le distancia del destructivo mundo creado por los adultos.

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