domingo, 1 de febrero de 2015

La costilla de Adán (1949)



Uno de los temas recurrentes de la screwball comedy se encuentra en la lucha de sexos en la que se enzarzan sus protagonistas, pero en La costilla de Adán (Adam's Rib, 1949) George Cukor y sus guionistas, Ruth Roman y Garson Kanin, ofrecieron a este enfrentamiento mayor relevancia significativa al oponer a un hombre, Adam Bonner (Spencer Tracy), que cree a ciegas en la justicia aplicada desde el código legal, y a una mujer, Amanda Bonner (Katharine Hepburn), que lucha por la igualdad social y legal entre sexos. Al inicio de La costilla de Adán se muestra a otra mujer (Judy Hollyday) que, dominada por el nerviosismo, se oculta de alguien (Tom Ewell) a quien persigue por la calle y por las instalaciones del metro, donde su bolso cae al suelo para que la cámara encuadre entre sus pertenencias el revólver que disparará cuando descubra a ese mismo individuo en brazos de otra mujer (Jean Hagen). Sí, ese a quien perseguía es su marido y ella es Doris Attinger, una mujer desesperada, no muy avispada y, a la mañana siguiente, acaparadora de las portadas de los periódicos de la ciudad, los mismos que se leen en el hogar de los Bonner, donde Adam y Amanda realizan un primer intercambio de opiniones acerca de la noticia. En ese instante el espectador aún no tiene constancia de que el feliz matrimonio lo componen dos letrados, ni que sus opiniones personales se enfrentarán en la corte donde se juzgará a la Attinger por intento de homicidio y, gracias a la estrategia de Amanda, a una sociedad que acepta y fomenta las diferencias entre géneros. Como consecuencia, y ante la atónita mirada de Adam, la defensora señala a su clienta como la víctima de los prejuicios hacia su sexo, cuestión que pretende demostrar poniéndose en evidencia y evidenciando al sistema que rige la sala donde intercambia protestas y golpes dialécticos con su oponente y, a la vez, marido. De tal manera, se descubre a Amanda como una defensora de la igualdad, y como tal centra su discurso en cuestionar los valores morales y sociales que, según el sexo, interpretan el mismo comportamiento desde enfoques distintos, circunstancia que, con gran desparpajo, expone ante el jurado y ante las narices de su pareja. Por su parte, Adam se muestra intransigente en su firme propósito de que nadie transgreda la ley, convencido de que si esta no funciona, la solución es cambiarla y no disparar sobre el marido, por muy canalla que sea este. Como consecuencia del satírico enfrentamiento, el matrimonio de los Bonner peligra, ya que permiten que la lucha que mantienen ante el jurado se convierta en parte primordial de su relación sentimental. ¿Quién tiene la razón? Para cada uno su postura es la correcta. Además, para Adam resulta un tanto embarazoso que cada mañana sus nombres sean el foco de las burlas de las páginas de los diarios que siguen el proceso como si se tratase de una competición deportiva. Y, a medida que avanzan las jornadas, los temores iniciales del ayudante del fiscal se confirman, amenazando con romper la armoniosa unión que se descubre en la película casera que proyectan durante la velada que comparten con sus amigos, en la cocina donde preparan la cena antes de la inoportuna interrupción de Kid (David Wayne) o durante el intercambio de masajes, instantes antes de que vuelvan a enfrentarse los dos criterios que saben complementarios, ya que sin igualdad no hay justicia (y viceversa) y sin igualdad (pero con sus necesarias diferencias) tampoco hay matrimonio para ellos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario