viernes, 25 de septiembre de 2015

Cleopatra (1963)


Se puede adornar de muchas maneras, pero la ambición es uno de los motores principales de los actos humanos. Esto en sí no tiene nada de particular ni de negativo; solo cuando la ambición sobrepasa los límites de lo razonable, y se convierte en obsesión enfermiza, se podría decir que deja de formar parte del individuo y pasa a controlar sus actos, deparando conflictos como los desarrollados en 
Cleopatra (1963), una de las producciones más caras de la historia del cine y un fracaso comercial que cambió el rumbo de la industria cinematográfica. La película se inicia a la conclusión de la guerra civil que asola a la República de Roma, una guerra que se individualiza en Pompeyo y Julio César (Rex Harrison). En ese instante se observa a César como un hombre a punto de entrar en la vejez, obligado a perseguir a su enemigo y conciudadano hasta suelo egipcio, adonde el primero, derrotado en la batalla, acude en busca de la protección de un país al que prestó servicios en el pasado. Pero en Alejandría, uno de los mayores centros culturales de la época, Julio César recibe la noticia de que Pompeyo ha sido ajusticiado para complacerle. Disgustado con la acción de los egipcios, se encuentra con otra revuelta, en este caso la que enfrenta a Ptolomeo XIII (Richard O'Sullivan) con su hermana (y esposa), Cleopatra VII (Elizabeth Taylor), a quien el patricio romano ayuda a alcanzar el trono al tiempo que surge el amor entre ellos. A grandes rasgos, esta sería la primera parte de la película de Joseph L. Mankiewicz, aunque el director siempre tuvo en mente realizar dos films distintos, que estrenaría de manera simultánea: Julio César y Cleopatra y Marco Antonio y Cleopatra; sin embargo la intervención de Darryl F. Zanuck, mandamás de la Fox, dio al traste con la ambición del cineasta responsable de La huella (Sleuth, 1972). Desde su preproducción, Cleopatra lastró problemas; uno de ellos nada tenía que ver con el proyecto y sí con la delicada situación por la que atravesaba la industria cinematográfica en la década de 1960, como consecuencia de la competencia que significaba la televisión, lo que llevó a los empresarios a buscar soluciones que devolvieran el esplendor de antaño y, de paso, llenasen las arcas de los grandes estudios. Esto fue lo que pretendieron el productor Walter Wenger y Spyros Skouras, responsable en ese momento de Twenty Century Fox, cuando decidieron llevar a cabo una superproducción épico-histórica que tenía que funcionar como el revulsivo que nunca llegó a ser.


Los gastos se dispararon, la contratación de Elizabeth Taylor supuso el desembolso de un millón de dólares de la época (la primera estrella femenina que alcanzaba dicha cifra) y un diez por ciento de los beneficios en la taquilla, además exigió una clausula que le aseguraba que la película iba a ser rodada con el sistema Todd-AO, propiedad de la actriz. A eso habría que unirle que el encargado inicial para dirigir el proyecto, Rouben Mamoulian, fue despedido meses después de su contratación, y las riendas de la producción pasaron a manos de Mankiewicz, que aceptó el desafío a condición de que le permitieran reescribir el guión y que la Fox adquiriese su productora Figaro por un millón y medio de dólares. Mankiewicz, consciente de la complejidad del proyecto, también aceptó porque Skouras había dado el visto bueno a las dos partes de una historia que le permitía volver a adaptar a su admirado William Shakespeare, lo había hecho con anterioridad en Julio César (Julius Caesar, 1953), aunque el guión del film también encontró inspiración en obras de Plutarco o de George Bernard Shaw. Tras casi dos años de un rodaje marcado por los gastos de producción (decorados, vestuario, el traslado logístico de un país a otro, el rodaje de escenas ya rodadas,...), los cambios en el reparto (Peter Finch y Stephen Boyd fueron sustituidos por Rex Harrison y Richard Burton) o los problemas de salud de Elizabeth Taylor, el film pasó a la sala de montaje, momento durante el cual Mankiewicz tuvo que luchar contra los intereses de Darryl Zanuck, que había asumido el control de la producción y echó por tierra la idea del realizador, lo que provocó que casi la mitad del metraje original sufriera el tijeretazo de los montadores, estrenándose en un solo film de cuatro horas. Esta decisión no agradó a Elizabeth Taylor, que no se cortó a la hora de afirmar que habían estropeado su mejor actuación. Al contrario que la actriz, Mankiewicz se negó a manifestar su opinión sobre lo ocurrido, y no habló de la que pudo haber sido su mejor película hasta muchos años después. En su entrevista con Michel Ciment, publicada con el título Billy & Joe. Conversaciones con Billy Wilder y Joseph L.Mankiewicz, el realizador se refirió a ella como <<la película de la que nunca hablo>>, dejando clara cual era su postura respecto a Cleopatra, un film que mermó su salud y que nunca consideró obra suya. A pesar de todo, no se puede obviar que la película mezcla con brillantez el intimismo de sus personajes con la espectacularidad de una cuidada ambientación, que muestra a Roma en su esplendor y al Egipto de la dinastía lágida en su decadencia. Tampoco se puede olvidar el excelente trabajo de sus cuatro interpretes principales (Taylor, Burton, Harrison y McDowall), aunque sus interpretaciones se vieran afectadas por los recortes en el metraje.



Las dos partes de las que consta el film ofrecen una idea de lo que pudieron ser las dos producciones pretendidas por Mankiewicz. La primera de ellas se centra en el romance (y las ambiciones) de la reina de Egipto, culta, refinada y seductora, con el famoso general, que encuentra en la joven monarca el empuje necesario para desafiar al senado y proclamarse emperador del mayor imperio de la Antigüedad. Cleopatra se muestra como una mujer decidida e inteligente, que ve en César a la figura de Alejandro III El Magno, y así se lo hace saber. Mientras, el romano ve en ella encuentra en la bella soberana la vitalidad de la juventud que a él se le escapa, una juventud que parece regresar con el nacimiento de su hijo, pero sobre todo con la ambición de alcanzar la gloria de Roma. La segunda parte se desarrolla años después del magnicidio de César a las puertas del senado, cuando Marco Antonio (Richard Burton), Octavio Augusto (Roddy McDowall) y Lépido se enfrenta a los asesinos de aquel que nunca llegó a alcanzar su sueño de convertirse en el primer emperador de Roma. La trama de este fragmento mezcla la intimidad de los personajes, Antonio (sumiso y entregado al amor de la monarca) y Cleopatra (también enamorada, pero deseosa de venganza), con la situación política que ambos atraviesan en relación al imperio romano, representado en la figura de Octavio, sobrino y heredero de César. En esta segunda mitad se deja notar una mayor influencia de Shakespeare, no en vano se inspira en su drama Antonio y Cleopatra, pero también en su tramo final se puede apreciar cierta influencia de Romeo y Julieta. Sin embargo la que pudo haber sido una de las mejores producciones épicas de la historia, quedó mutilada y deparó la mayor frustración profesional de uno de los cineastas más cultos y talentosos que ha dado Hollywood. <<Mi experiencia en Cleopatra con Zanuck había sido traumatizante. Me había destrozado para tres o cuatro años>>, el tiempo que Mankiewicz se mantuvo apartado de las cámaras, por fortuna regresó para filmar Mujeres en Venecia (The Honey Plot, 1967), El día de los tramposos (There Was a Crooked Man, 1970) y La huella (Sleuth, 1972).

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