viernes, 27 de noviembre de 2015

El cantor de Jazz (1927)


Habrá quien no esté de acuerdo, pero de no haber sido el primer largometraje en el que se escuchó la voz de algún personaje, El cantor de Jazz (The Jazz Singer, 1927) habría pasado desapercibido para las páginas de la Historia del Cine, en las que no aparecería ni por asomo, porque, si dejamos a un lado la mítica introducción de frases sonoras, el resto de sus aportaciones cinematográficas carecen de relevancia. Está claro que la intención de los hermanos Warner, sobre todo la de Sam, el más interesado de los tres hermanos en desarrollar el cine sonoro, era la revolucionar el mercado para alejarse de la amenaza de la bancarrota, y de paso dejar atrás a las majors rivales. En un primer momento, los Warner no habían pensado en el sonido como medio de expresión de diálogos, solo como acompañamiento musical de las imágenes proyectadas. De hecho, la película dirigida por Alan Crosland poco se preocupa de cuestiones que no estén relacionadas con la introducción del mayor número de canciones posibles, aunque con ello el film se resienta y pierda ritmo e interés desde su inicio. Salvo por la sorprendente novedad de escuchar a Al Jolson cantando y hablando en la pantalla, se trata de un melodrama forzado, que gira en torno a un joven de origen hebreo que persigue el sueño de triunfar como cantante de jazz, intención que ya desde niño le enfrenta a la intolerante actitud paterna y le convierte en un hombre sin raíces, pero con el convencimiento de que su camino pasa por aceptar el reto de perseguir aquello que anhela. Analizando la importancia del film desde una perspectiva histórica, habría que decir que su realización cambió el rumbo de la cinematografía mundial. No es exagerado decirlo, ya que con ella se abría un nuevo horizonte para un medio que no paraba de evolucionar, siendo la semilla del sonoro que cerró y abrió las puertas de la industria a muchos profesionales; acabó con las carreras de actrices y actores cuyas voces y capacidades dramáticas no se adecuaban a lo que estaba por venir. Por otro lado, conviene señalar que El cantor de Jazz no fue el primer largometraje sonoro (que no, hablado), dicho honor recae en Don Juan (1926), otra producción Warner también realizada por Crosland, y que fue estrenada un año antes de este drama con canciones o canciones con drama entremedias.



Desde los orígenes del cine, los pioneros cinematográficos habían intentado fusionar las imágenes y el sonido en un todo, aunque sin el éxito de esta película, en la que la mayoría de los diálogos se insertaron en los habituales intertítulos de la época muda. En un primer momento, Edison intentó combinar dos de sus inventos, el fonógrafo y el kinetoscopio, para dar forma al kinéfono, pero, al igual que Pathé o Gaumont, se topó con varios inconvenientes, uno de ellos residía en la ausencia de amplificadores de sonido, lo que impedía que este se escuchara en una sala repleta de gente. Este problema se resolvió gracias al triodo inventado por Lee De Forest en 1906, de cuya evolución se obtuvo un amplificador que posibilitó una acústica acorde para las salas cinematográficas; dando pie a la que hoy se considera la primera película sonora: Far from Seville (1923), un film de unos diez minutos de duración. Sin embargo, por aquel entonces, parecía que a nadie le interesaba invertir en un proyecto que la Warner Brothers asumió hacia la mitad de la década de 1920, cuando, ante la posibilidad de su quiebra financiera, se asoció con la Western Electric para desarrollar un sistema audiovisual en el que ninguno de sus competidores creía, ya que estos tenían el convencimiento de que el cine mudo era un entretenimiento universal que no necesitaba del sonido para atraer y conectar con el público. De aquellas investigaciones surgió Vitaphone, que sincronizaba los discos con el proyector, dando pie a la aparición del sonoro y al fin de la universalidad de las películas, ya que los diálogos estarían en idiomas que muchos espectadores no comprenderían, lo cual deparó el nacimiento de varias versiones de una misma producción, para su distribución en mercados internacionales, y posteriormente el uso de subtítulos y del doblaje. Pero de regreso a El cantor de Jazz, decir que, además de ser el primer largometraje hablado, destaca por ser el origen del musical, género por excelencia durante los primeros años del sonoro, y por estas dos razones la película de Crosland se ha ganado un puesto dentro de la Historia del Séptimo Arte, algo que Sam Warner, su máximo impulsor, no llegó a ver, porque falleció el día antes de su estreno en Nueva York. Años después se rodarían nuevas versiones del drama de Jakie Rabinowitz, una de ellas en 1952 a cargo de Michael Curtiz y otra en 1980 bajo la dirección de Richard Fleischer y con el cantante Neil Diamond como protagonista, aunque ambas carecen del interés de esta primera incursión en el cine hablado o, por lo que se escucha, cantado.

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