jueves, 17 de diciembre de 2015

La sal de la tierra (1952)


Sobre el papel donde se firman sus cartas magnas o sus constituciones, las democracias (y las teorías libertarias e igualitarias) alcanzan una perfección que desaparece llevadas a la práctica, sobre todo cuando el poder, concedido por el electorado, asume una postura basada en la intolerancia o en la tiranía que abusa, somete o persigue a parte de la ciudadanía. Por extraño que suene, y en más ocasiones de las deseadas, esto mismo podría aplicarse al uso de los abstractos igualdad y libertad que dan sentido a cualquier sistema plural, los cuales resultan tan complejos y variables en su significado como lo son los intereses, las ideologías y los posicionamientos de quienes las pronuncian conscientes o no de que las ideas defendidas por unos, pueden afectar a las libertades individuales, de pensamiento, de elección, de credo o de expresión, que por derecho tienen otros, lo cual depara incongruencias tan censurables como la persecución de la que
 fueron víctimas los responsables de La sal de la tierra (Salt on the Earth, 1952), la cual, sin duda, resultó una película diferente, arriesgada y conflictiva, que no pretendía volver su mirada hacia las experiencias sufridas por sus autores durante la caza de brujas de la que estaban siendo víctimas, sino recrear una huelga obrera acontecida en Nuevo México en 1951.


A través de este movimiento de protesta, los responsables de la película abogan y hablan de la igualdad de derechos entre clases, sexos y etnias, lo cual vendría a definir la postura ideológica de Herbert J. Birberman, uno de "los diez de Hollywood" y realizador del largometraje, de
 Michael Wilson, su guionista, y del productor Paul Jarrico. Los tres fueron incluidos en las lista negra que circuló por la industria cinematográfica estadounidense durante la década de 1950 y parte de la anterior. No obstante, ninguno era peligroso para su país; más daño hicieron los miembros del Comité con su implacable persecución. Sencillamente, Biberman, Wilson, Jarrico y demás víctimas de la caza de brujas eran individuos con ideales intolerables para las mentes de sus inquisidores. En parte, ese pensamiento quedó reflejado en esta película a contracorriente, comprometida e igualitaria, cuya gestación pasó por mil trabas y provocó tal revuelo que podría decirse que fue y es la producción más polémica de la historia del cine estadounidense. De hecho, fue la única película incluida en la lista negra, aunque, en la actualidad, se encuentra preservada en el Registro Nacional de Películas de la Librería del Congreso de los Estados Unidos por su valor histórico y cultural.


Aparte de la polémica que suscitó su rodaje y de los diversos intentos para impedir que la producción viera la luz —48 años después, el largometraje Punto de mira (One of the Hollywood Ten; Karl Francis, 2000) expuso las dificultadas del rodaje y la persecución a sus autores—, las imágenes de La sal de la tierra evidencian influencias del neorrealismo, del cine social soviético y del género documental, por lo que su puesta en escena es directa a la hora de mostrar a los mineros de origen mexicano en su intento de poner fin a la injusticia de la que son víctimas, para, de ese modo, igualarse en condiciones con el obrero de origen anglosajón. Este tema, abordado desde la perspectiva de los autores, se presenta en la lucha de los desheredados y desheredadas contra la explotación que sufren a manos de sus patrones, aunque, sobre todo, llama la atención por su crítica hacia el comportamiento de los propios obreros con respecto a sus mujeres, quienes, en un determinado momento del film, alcanzan el derecho a votar en una reunión sindical, un avance impensable antes de estallar el conflicto laboral. En este aspecto, Esperanza Quintero (Rosaura Revueltas) asume la posición de Ramón (Juan Chacón), su marido, la misma que él cree corresponderle porque tiene el convencimiento de que la protesta es cosa de hombres. En su visión conservadora de la unidad familiar, Ramón considera que el lugar de Esperanza se encuentra en el hogar, con su familia, cuidando de los hijos mientras él lidera el movimiento sindical que ha llevado a los trabajadores a la huelga indefinida, la cual conlleva el hambre y los atropellos por parte de quienes se verían perjudicados por los cambios exigidos. Pero nada de lo que estos hagan puede frenar el proceso iniciado, que se reafirma cuando se igualan ambos sexos en el montaje en paralelo de dos escenas en las que se suceden la tortura de Ramón y el sufrimiento de Esperanza al dar a luz, dos imágenes que se relevan en la pantalla para simbolizar el nacimiento de una realidad más justa que no puede ser destruida por la fuerza, y que será el legado que los hijos reciban de sus mayores para vivir en un mundo que quizá en algún momento pueda ser más solidario, tolerante y verdaderamente libre.

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