miércoles, 2 de marzo de 2016

Fulano y Mengano (1957)


Opuesta en intenciones a las comedias de "teléfono blanco", a las épicas históricas y al resto películas realizadas en Italia durante el periodo fascista, el suspiro neorrealista se impuso en la inmediata posguerra para dar cuenta de las distintas realidades del momento, del cual era testigo y protagonista. Su efecto fue de tal magnitud que no tardó en traspasar las fronteras transalpinas e influenciar en las cinematografías de distintos países y formar parte de las “nuevos cines” que proliferarían en diversos puntos del globo hacia finales de la década de 1950 e inicios de la siguiente. En algunos, como sería el caso de España, dichas influencias neorrealistas no llegaron a desarrollarse en plenitud, ni con la libertad de acción de la que sí gozaron los cineastas italianos durante los primeros años neorrealistas. Aunque no llegó a desarrollarse un neorrealismo español propiamente dicho, sí hubo intentos de llevar a la pantalla realidades sociales poco favorecedoras, realidades como la expuesta en Surcos (José Antonio Nieves Conde, 1951), en Esa pareja feliz (Bardem y Berlanga, 1951) o mismamente por Joaquín Romero Marchent en esta desventura de dos víctimas de la desolación y la marginalidad. Los desheredados de Fulano y Mengano (1957) ni encajan fuera ni dentro del correccional donde se conocen tras ser condenados por un sistema penal perfecto en su imperfección, tan imperfecto que los despoja de su inocencia, de su dignidad, de su libertad y los encierra entre convictos que los rechazan porque salta a la vista que no son como ellos, ya que no han delinquido y dudan de su capacidad para hacerlo.


Durante los primeros compases de la película, la inocencia, el temor y la incomprensión cobran forma en el rostro de José Isbert, cuyo personaje se descubre desvalido, engañado y, finalmente, arrestado por el error que inicia esta amarga comedia que no esconde las miserias de un espacio deshumanizado, todo lo contrario, las potencia, al conceder protagonismo a la pareja de "don nadie" a quienes se les roba toda opción de hallar su lugar, al menos uno que no los denigre de continúo. La realidad que viven depara que Carlos (Juanjo Menéndez) asuma la justicia que se les niega y, para lograr algo de justicia social, decide convertirse en un verdadero criminal. En su mente, es la única opción válida que le queda, la única que le permitiría defenderse de futuras agresiones. Pero su naturaleza no contempla delinquir, de ahí que sus peripecias en libertad solo deparen más hambre y miseria, así como el aumento de su amargura, que nace de su decepción ante el medio que los condena, a él y a su inseparable compañero, aunque su postura no impide descubrir la ingenuidad que comparte con Eudosio (José Isbert). Como consecuencia de no encontrar su lugar, los infelices no dan una al derecho, quizá por ello resultan simpáticos, aunque también patéticos como ese espacio de carestía del que pretenden renegar sin poder hacerlo, ya que su rechazo nace de una imposición social, no de la honestidad que los define y que sale a relucir tras la irrupción de Esperanza (Julia Martínez), la hija de Damián, el hombre que les ha ofrecido un hogar en ruinas que vendría a ser el reflejo del estado de ánimo de los protagonistas y de la situación en la que se encuentran, como confirma que su casero no tenga acceso a las medicinas que podrían evitar su muerte.


La comida brilla por su ausencia, la falta de trabajo o la mendicidad que Eudosio asume para no tener que robar, son otros aspectos que la cámara de Romero Marchent va mostrando desde la comicidad no exenta de crítica hacia la realidad expuesta. De tal manera, más allá de la comedia, se descubren en Fulano y Mengano circunstancias que no generan sonrisas ni risas, sino sonrojo y la certeza de que algo no funciona dentro de una sociedad que margina a inocentes y les obliga a transitar por la desolación que se convierte en parte de ellos. Pero el tono dramático, que alcanza su máxima cota con el fallecimiento de Damián, se minimiza en la parte final y cede el protagonismo al desenfado que aleja la película del trasfondo crítico dominante hasta entonces, dando rienda suelta al triunfo de los dos ingenuos que encuentran su esperanza en Esperanza, evidencia de que el nombre escogido para el personaje femenino no fue casual, pues su presencia ofrece al dúo una luminosidad, hasta entonces, ausente de la pantalla.

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